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viernes, 23 de agosto de 2013

Amanezco






Introducción.

Este texto lo escribí hace mucho tiempo. Mi hija era aún muy pequeñita y la verdad fue muy gratificante escribirlo. Espero que os guste.



Amanece.

El día comienza y la tenue luz del amanecer se cuela por las rendijas de las persianas que las blancas cortinas se encargan de suavizar más.

Ya estoy consciente del todo pero no quiero abrir mis ojos. Estoy muy bien así. Poco a poco los sonidos del amanecer van llenando mi cabeza, el tenue run run de los coches, el sonido apetardado de alguna moto, los pequeños gorjeos de los gorriones que van de aquí para allá trinando, buscando su sustento diario en la calle.

Amanezco en el sofá.

Esta noche mi cama no me dejaba descansar, aunque creo que era yo, asaltada por mis demonios, quien no descansaba, y al final, como otras veces aterrizo en este dos plazas del cual sobresalen mis grandes pies. Por lo menos siento mi cuerpo relajado y agradecido.

Estoy tapada con mi colcha morada, es verano, pero aún así hay noches que siento frío. Es cálida, de superficie peluda y suave que forman infinitos remolinos que hace que mi mirada se pierda, y palpando su textura me estremezco buscando una postura aún más cómoda pidiendo interiormente cinco minutos más, ¡por favor! Y pego un estirón tan fuerte que hace que mis pies se vean de improviso, exponiéndolos al frescor matutino y vuelvo a luchar, retorciéndome cual culebra resbaladiza, para componer todo en su sitio, hasta mis imperfectos pies.

Al final lo he conseguido y el calor reconfortante vuelve a surgir. Abro un ojo y pienso que pronto la niña se despertará.

Me debato entre seguir al calor de la colcha o ir a echar un vistazo a la pequeña... con un suspiro, me destapo pego un salto y estoy de pie rumbo a la habitación donde dormimos. Me acerco su cuna y la miro en silencio, deleitándome, entre divertida y sorprendida, por las infinitas formas posturales de ella.

Está tan a gusto, su sueño es tan profundo que me cuesta notarla ligera respiración tan suave con un aleteo, veo sus ojos cerrados con esas pestañas rizadas, la boquita carmesí apenas entreabierta y cada mano y pie derramándose por allá y acá, vestida con solo un body de manga corta y calcetines. Un suspiro sale de mis labios pensando que no hay manera de que le ponga la sabanita, tan solo le dura cinco segundos, los suficientes para patalear rabiosamente y quitársela de encima.

Una vez comprobado el estado feliz y durmiente de mi Neni, vuelvo sobre mis pasos hacia mi refugio sofal y me tiro, mas que echarme, volviendo a arroparme hasta la barbilla. ¡Qué gustito!

Si, pero el estado inicial de desconexión mental que tenía al despertar se ha esfumado. Uff! Y todo empieza a rondarme, la agenda diaria de mi vida.

Y decido copiar el estado feliz de mi hija, pierna por aquí abajo una por arriba del respaldo, brazo así brazo asá y tomo la feliz decisión de sacar del baúl de los recuerdos mis momentos más felices aquellos que siempre me refugio y cargan mis pilas.