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viernes, 20 de noviembre de 2020

Muero cada día


Estás en todos los rostros 
y en ninguno. 
Estás en ellos 
y en nadie.
Estás en mí 
y fuera de mi nada. 

Iluminas mi camino 
con amaneceres encarnados. 
Recoges las estrellas tardías 
sembrando más incertidumbres 
que certezas. 
Ay, muero en mis dudas. 
Ay, muero en mis locuras. 

Muero en ese brillo de tu piel, 
alimentando mi alma, 
quemando mis pestañas. 
Soy una historia de papel, 
con principio y sin final. 
Tú eres mi prisión, 
mis rejas y ese trocito de cielo 
que me dejas ver. 

En tu silencio, vivo y sobrevivo. 
Besos agotados por mi avidez. 
Me calmo con el desierto de mis días y 
las lágrimas de mis noches. 
Con palabras, con entrañas, 
con odios, con te quieros, 
con misterios, con madrugadas, 
con emoción, con alegría, 
con colores, con fantasías, 
con olores, con olvidos, 
con presencias, con ausencias. 

Me cubres con amor. 
Y me encumbres con dolor. 
Soy esa que con manos llenas 
vive de las miserias de tus sentimientos. 
La que sueña de literatura 
con alguien que solo existe 
en mi fondo de mis letras. 
La que gime, 
con su cabeza en la almohada, 
de placeres solitarios. 
Me muestras el mundo y 
el oscuro cementerio de la soledad. 

Eres tú, 
y siempre serás tú. 
El inefable amor imposible 
de mi posible vida. 
Aquel con el que sueño y 
me desvelo porque ya no hay realidad 
que te haga verdadero. 
Muero mil veces y 
mil veces me rehago. 
Corazón cansado, corazón hastiado, 
corazón dolorido, corazón equivocado. 

martes, 17 de noviembre de 2020

Las Pecas de Anaís

Las pecas de Anaís




Soy más


Ya no temenos ni humor ni desamor. 
Colgados de pantallas de móvil, de Smart TV y aparatos tecnológicos que no dan vida. 
Y si la dan, es una vida a medias. 
Sin tonos, sin timbres, sin emoción cuales robots que escriben lo que dicta el dictador dedo, pero no el alma ni con los Ángeles y mucho menos con las musas del Olimpo de nuestra Eternidad. 
La filosofía muere entre la k que se come la q, entre los Emojis, que nos hacen réplicas tontas de nosotros. 
Y aún así, nos salvan de la autodestrucción de la soledad. 
Aunque yo lo llamo la autoconstrucción de la persona. 
De dónde no puedes escapar de uno mismo, de tu sombra.
Quiero sacar, quiero vomitar este ingrato infierno que se coló y me revienta por dentro. 
Ese demonio que ya no sólo sale por las noches, sino por el día tentador. 
Soy más de lo que ves. 
Soy más de lo que soy. 
Soy más de lo que voy a vivir. 
Soy más que un cuerpo que morirá. 
Soy más que la eternidad. 
Soy más que el mar y la tierra. 
Soy más que esa playa del olvido. 
Soy más que yo misma.

La melancolía


Hoy la melancolía se apropia de mi ser, como un tul que me cae como una mortaja. 
Cada vez la siento más, cuando me doy cuenta de que tener a alguien a mi lado es fundamental para ser como soy. 
No es una dependencia, es una existencia. 
Completar lo incompleto. 
Es increíble estar con alguien a quien no le importa hablar en cualquier momento, después de las obligaciones, de cualquier tema, de chorradas, sin límites de tiempo ni de espacio. 
Cuando alguien te da esas alas y una siente que puede volar sin temor a estrellarse. 
Pero la tristeza viene cuando no se puede y pasa los minutos y las horas insoportablemente. 
Cuando tienes ganas de reír y no tener con quién. 
Cuando sientes que no comparten con una algo importante o simplemente un hola y pasarse tres horas como un suspiro. 
Tener que cortar la conversación por la batería ya frita de tanta cháchara a veces tan vanal pero que deja ese regusto tan sobroso que solo dan ganas de repetir una y otra vez.
Cartas sin sobre y sin destinatario. 
Sin dirección. 
Palabras no dichas que vuelven al limbo del pensamiento en donde nacieron. 
Soy un ser para comunicar, para escuchar. 
Soy de esas clase de persona que se emboba en la física cuántica o en el alma de una persona de 80 años que explica cómo cultivar patatas. 
Soy una esponja que muchas veces no se empapa de conocimientos o de experiencias. 
Seca y mustia, como secada al sol del verano y espera la lluvia que la vuelva a revivir.
Soy manantial, pero también esa presa que atesora vida hasta en lo más mínimo de una mirada dada.