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viernes, 30 de junio de 2017

Nuestro banco.

Sus manos se juntaban en el pomo del bastón de madera.
Miraba sus manos, rebosantes de edad, de manchas y de vejez.
Sentía en su cuerpo que pronto partiría, lo deseaba.
En un banco del parque consumía poco a poco el tiempo que le quedaba, recordando toda una vida dejada atrás.
Miraba con ojos enfermos la vida que pasaba deprisa, sin detenerse de cuerpos más jóvenes que el suyo.
Él también fue joven.
Aún sentía frescos lo recuerdos de su amada, hacia ya diez años que se fue.
Era él de los pocos viudos que vivían, siempre pensó que él partiría antes.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y bajo el rostro hasta apoyar la barbilla en sus manos arrugadas.
La cuidadora lo había dejado allí, entre el ruido de la vida y la media sombra de este día espléndido.
En su banco, él lo llamaba nuestro banco.
Allí pasó una eternidad con ella.
Los primeros paseos, los besos robados, cogiéndose de la mano, ver a sus hijos crecer.
Nuestro banco.
Con mano temblorosa sacó un blanco pañuelo y se enjuagó los pequeños ojos.
Ya no olía a ella.
Ni su pañuelo ni su vida.
Solo la alegría de la foto que llevaba en la cartera y que nunca olvidaba de contemplar cada día.
Ese perfume a jazmín que lo impregnaba todo, hasta quedarsele grabado en cada neurona.
La echaba de menos, y a su perfume también.
Pasó un buen rato y la cuidadora llegó y se sentó a su lado.
Llevaba la bolsa con las medicinas, y le decía algo de irse ya.
Un poco más, le rogó.
Ella condescendiente, se acomodó en el banco y se sumió en sus propios pensamientos.
Su mujer no se hubiese quedado callada, siempre tenía algo que comentar.
Ese pájaro que va de árbol en árbol, ese niño que se pone perdido de tierra, esa nube solitaria.
Ella sabía que él la escuchaba, que le gustaba su voz, algo grave para una mujer, a la cual pocas veces se le había resistido.
Elisa, cuando volverás...
Todavía tenía esa esperanza en el corazón, y un pequeño estremecimiento empezó a rondarle.
La cuidadora le dijo de marchar ya, que era la hora, que con su paso llegarían justo a la hora de la comida.
Le ayudó a levantarse, pasó un brazo por debajo de su cuidadora para mejor caminar y dió unos pasos.
Algo le detuvo y miró atrás.
Ella estaba allí, preciosa, con esa sonrisa que le dió antes de partir.
El estremecimiento seguía creciendo dentro de sí.
Pronto volvería a ser nuestro banco.



El amanecer bajo las sábanas.


La bruma del amanecer hace que me sienta dentro de un sueño.
El frío, aunque estemos en julio, se cuela por la ventana y aterriza en mi piel erizándola.
Abro un ojo y pierdo la inconsciencia de la noche.
Te veo, dormido como un Apolo, entre mis sabanas.
Poco a poco muevo mi pesado cuerpo y que no quede espacio alguno entre tú y yo.
Siento tu respiración, y miro tus pestañas que cubren tu ojos cegados por los párpados.
Cierro los míos también y no lo puedo evitar.
Me acerco a ciegas y te beso.
Suavemente, para que nos tatuemos el sabor de nuestras bocas.
Y empiezas a despertar, y yo me hago la dormida.
Siento que te has despertado y una mano recorre mi cara.
Abro un ojo y me echó a reír.
Cojo la sábana y me tapo hasta el cuello.
Tirita mi piel ante el frío viento, hasta las cortinas huyen de él.
Él me atrae hacía si.
Uhmmm... Que fuerte! Pienso mientras en nuestras caras aparece las miradas pícaras de inocente amor.
Ahora es él quien me besa y noto en su cuerpo esa locura que se funde al hacer el amor.
Nos tenemos, nos bebemos, nos comemos entre la lujuria y el pecado...
Nos cubrimos con el blanco lienzo, mortaja blanca de pureza sublime que contrasta con la rosada de nuestra piel, la rojez de nuestros labios, la negrura de nuestro ojos.
Arde la piel en ese contacto continuo y excitante de contactos íntimos, de gemidos interminables.
Andamos entre las caricias, en el valle ambarino de nuestro placentero despertar.
Sobre la sombra y el silencio, llega el éxtasis, la catarsis está en la flojedad física y emocional de la saturación amorosa.
Te quiero.
Y bajo las sábanas nos volvimos a amanecer.

lunes, 26 de junio de 2017

El deseo que hoy está escrito

Hoy me apetece volver el día al revés.
Que la realidad se convierta en irrealidad.
Que la locura se apodere de la cordura.
Que la pasión suprima la represión.
Que la vida suplante a la muerte.
Hoy va a ser diferente, hoy bajaré las nubes y subiré las montañas.
Los rayos de la luna será el agua de los mares y de los ríos.
Las estrellas volarán en el cielo con los pájaros.
El sol pintará de dorado los grises del mundo.
El deseo que hoy está escrito, es impronunciable.
Es un latido que habla y que ama.
Es la flojera de mi cabeza y el alcohol de mis venas.
El temblor de mis piernas y el desvelo de mis somñoliencias.
Vapores de deseos embriagadores, calenturientos y sagaces.
Hoy el deseo manda, escribe con renglones torcidos y manchas de tinta.

jueves, 22 de junio de 2017

El defecto del desafecto

Entiendo que no entiendas mis palabras.
Están exentas de mis emociones.
Letras pegadas queriendo expresar un latido de mi corazón o un pensamiento errante.
Intento ser clara y diáfana como la mañana, al salir el sol, donde esa frontera está el sueño y el despertar.
Siento confusión, siento impaciencia de que comprendas mi razón.
Es como la noche oscura, donde apenas los rasgos de las cosas se iluminan con una farola.
Dónde se exagera lo inexistente y pasa desapercibido lo importante.
El defecto de la palabra es el desafecto que no va con ella.
Donde hay que arrancar con la mirada aquello que deseamos sentir, deseamos entender, deseamos vivir.
Donde cada palabra es una navaja de doble filo, que te puede hablar de amor como de desamor, donde vive la alabanza y la ofensa, donde se halla la educación y la ironía.
Donde la verdad y la mentira van de la mano.
Solo soy palabras, mis palabras.


martes, 20 de junio de 2017

Tic, tac, tic, tac... Cuarta parte y final.

Ella aferró el reloj con sus dos manos, implorando que se detuviera...

Cuenta la leyenda familiar que el reloj poseía unas cualidades que se transmitían a los poseedores del reloj.
Su madre no se lo pudo decir porque falleció cuando era muy pequeña, y su padre apenas sabía algo.
El resto de los familiares, le dijeron ambigüedades.
Todo esto lo recordó mientras estaba aturdida en la alfombra donde había caído desmayada.
Todo lo que veía, todo lo que sentía, sucedía, si o si.
Empezó a sollozar, no era posible.
Lo había encontrado para serle arrebatado.
No supo las horas en la que estuvo allí, tendida, boca arriba, rompiéndose la cabeza de tanto pensar y los ojos de tanto llorar.
Poco a poco se levantó.
Fue al baño a echarse agua.
Javier no podía verla así.
Otra vez la losa en su corazón.
¿Cómo haría para poder soportarlo?
¿Qué podría hacer?
Buscó en su bolso su pequeña agenda de papel.
No todos los números los tenía en su móvil.
Y empezó a llamar a sus familiares.
Preguntó e insistió.
Nada.
Ya se hizo tarde y Javier llegó.
Elisa intentó parecer lo más normal posible.
Una semana, tal vez dos.
Desde aquella noche apenas podía dormir.
Contactó con una tía de su madre, en el pueblo de donde venía su familia.
Habló con ella mucho.
Solo pudo sacar en conclusión que las que tienen el Don, pueden influir en el Destino a través del reloj.
No le supo decir como, solo lo que la leyenda familiar decía.
Nunca antes se había hecho. Nunca.
No se sabía cuales podían ser las consecuencias.
A partir de ese momento, Elisa, se pasaba horas mirando el reloj, minuciosamente.
Intento quitar la tapa exterior y comprobó atónita, que no había mecanismo.
¿Cómo es posible que funcionara sin mecanismo?
Día y noche, se convirtió en su obsesión.
Javier notó el cambio en ella.
La pillaba mirándolo fijamente.
Cuando no dormía en la cama, la veía sentada en el sillón, mirándolo con cara muy triste.
Lo abrazaba mucho y muy largamente, como si fuera, tal vez, el último abrazo.
Empezaba a preocuparse y debería hablar con ella.
Cada día que pasaba era un mazazo en su corazón, el reloj sonaba igual que él. Tic, tac, tic, tac...
Presa de angustia, ella aferró el reloj con sus dos manos, implorando que se detuviera...
Pero veía que el segundero seguía su inexorable camino circular.
¡Por favor, por favor, parate...!
¡No me lo quites! ¡No te lo lleves!
Nada sucedía.
Esa noche tuvo un sueño.
Era todo oscuridad y una voz empezó a hablarle.
¿Quieres engañar al Destino?
¿Quieres que viva?
Derrama tu sangre, baña el reloj con ella hasta morir...
Así murió tu madre por ti.
La angustia se le atragantó en la garganta.
Así que si alguien con el Don lo había hecho, su madre no estaba enferma de cáncer, era ella misma.
Ella supo de su propia muerte.
Se despertó y huyó a la terraza.
Supo que no tenía vuelta atrás.
Tres días después, le abrazó como cada mañana.
Ella estaba distinta, radiante, feliz, hablaba por los codos.
Le decía lo mucho que lo quería, lo importante que era para ella.
Y él se alegró de verla como siempre.
Se dieron un largo beso, cálido, amoroso, sin prisas, notando ese bello amor en los dos.
Elisa fue con él hasta la puerta, y allí lo despidió.
Hasta luego, mi amor.
Hasta luego, vida.
Un último beso y cerró la puerta.
Ella se vistió, cogió su bolso, y en un maletin puso el reloj.
Salió y se fue a su casa.
Sabía que era hoy, Javier se iría si no hacía algo.
Sabía que sin él su vida ya no tendría sentido.
Abrió la puerta conocida de su casa, dejó el reloj en el suelo del salón.
Ella se sentó delante de él y lo miro.
Y de pronto lo comprendió.
El reloj funcionaba con su corazón.


Rojos diamantes en cascada
cayeron sobre el oro del tiempo.
Ella se perdió y él se encontró.
La Eternidad dio un
Don a aquellas que más amó.
Frío suelo la acogió,
y el reloj callo cuando
su corazón quebró.
Roto el Destino huyó,
y no volvió hasta que
la Muerte se lo pidió.


Tic, tac, tic, tac... Tercera parte.

Ella aferró el reloj con sus dos manos, implorando que se detuviera...

Durante un buen rato, ninguno de los dos dijo nada, ni se miraron.
Miraban el agua, cada cuál escrutando las profundidades de sus propios pensamientos.
Me llamo Elisa. Dijo ella tímidamente.
La actitud de él la tenía cohibida.
La entendia, y había que romper el hielo.
Te he visto antes por aquí, y he venido todos los días por si aparecías.
Ella susurraba, como si hablara al viento.
Él empezó a relajarse al escuchar sus palabras, por lo menos, le decía algo coherente en una situación incómoda.
Siento lo del otro día. Me asusté. No que me asustaras tú y tus amigos, estaba en mi mundo.
Ella esperó, nada.
Te debo una invitación, sé que pagaste mi consumición.
De nada. Me llamo Javier.
Y se volvió a mirarla.
Tenía unos ojos verdes, ella se quedó impactada como la otra vez.
Vas a salir corriendo?
No. Jajajaja. Es que con esa mirada, haces temblar a cualquiera.
Una sonrisa burlona bailaba en la cara de ella.
Si, ya. Mis ojos. Me pasa muy a menudo. Y al fin sonrió.
Como verás tengo que irme. He terminado mi jornada y he de volver a mi empresa a cambiarme y eso.
Claro que si. ¿Te doy mi número y quedamos un día para la invitación pendiente?
Si, claro.
Se intercambiaron sus números de teléfono, y él se despidió.
Ella quedó allí, sonriente.
No tenía prisa en volver a su casa hoy, ni en muchos días.
Quedaron dos días después, era viernes y apetecía salir, no quedarse en casa.
Ella iba esplendida en unos shorts de seda que se movían al compas del caminar de sus esbeltas piernas, una camiseta de tirantes del mismo tejido le daba un aire vaporoso, unas sandalias negras altas y un poco de maquillaje era todo lo que necesitaba.
Él con un pantalón de pinzas beige, una camisa de hilo con cuello mao le hacía muy interesante.
Al encontrarse decidieron caminar.
Ella se arrepintió de llevar su clutch en las manos, era incómodo tenerlo todo el rato.
Paseando y riendo. Contándose cosas. Se pararon para admirar las luces de la ciudad en un puente muy transitado.
Ella se giró a él.
Bésame...
Él abrió los ojos.
Como diablos lo había adivinado!
Y sin decir nada, la besó.
Ella sintió un torrente de emociones e imágenes.
De ellos, de felicidad, de pasión, de risas, de sabanas blancas, de todo.
Él notó que ella le abrazaba con pasión, y le respondió.
Ya no hubo cena, y la cama de ella lo acogió a él. Al amanecer, ella estaba sentada en el sillón de su habitación, mirándolo.
Pasaron seis meses, y ella se había trasladado a el apartamento de Javier.
Se llevo lo justo y un reloj que pertenecía a su familia.
Ella le dijo que le gustaba verlo cada día.
Nunca se paraba ni se atrasaba.
Solo cambiar la hora dos veces al año.
No iba con pilas y nunca había visto su mecanismo.
Era un legado familiar, de buen tamaño y pesado, pues era de metal.
Algo barroco para el estilo minimalista e informal del lugar, pero encajó perfectamente.
Tenía un característico tic tac.
Y en el silencio vespertino empezaba a subir, y durante la noche era como un latido.
Ella no podía vivir sin ese reloj.
Javier no estaba acostumbrado a ningún sonido en particular, pero pronto apenas se daba cuenta de su presencia.
Elisa era feliz, era su chico.
Por fin lo había encontrado.
No tenía miedo de tocarlo, de besarlo...
Él, cada vez que tenía contacto con ella, sentía un estremecimiento.
No le dio mayor importancia.
Todo era perfecto, ya empezaban a hacer planes.
Un día, al año de conocerse, él se había arreglado para ir al trabajo. Llegaba tarde, se había dormido y en un minuto tenía que salir.
Fue hacia ella y le dio un beso.
Me voy que llego tarde.
Se giró tan deprisa que no vio la cara de ella.
Ella creyó morir, creyó que su corazón se le paraba.
Se quedó con los brazos en alto y las manos hacia él, y una expresión de horror en la cara. No podía articular ni un «hasta luego».
Oyó cerrarse la puerta, y se desmayó.

lunes, 19 de junio de 2017

Pedacitos de mí

Como la canción de Antonio Orozco, «Estoy hecho de pedacitos de ti», ésta vez estoy hecha de pedacitos de mí.
Cada día que transcurre, me deshago en pedacitos.
Ya ni los cuento, son cientos, como un espejo tan crujiente que ya no se ve nada.
Y siempre en el día es uno más.
Cuando dejo de estar contigo, siento que crujo, que estoy a punto de derrumbarme, de caer trozo a trozo, sin remedio a arreglarme.
Ya no hay pegamento, ni engrudo que me devuelva la nitidez de mi alma.
Ya no vuelta atrás.
Sólo ser y ser hecha de pedacitos de mí.


Tic, tac, tic, tac. Segunda parte.

Ella aferró el reloj con sus dos manos, implorando que se detuviera...

Ella deambulaba por el parque central de la ciudad.
Se había puesto un ligero vestido, había ido a la peluquería y se maquilló suavemente, dando más importancia a sus labios con un toque coral.
Lucia muy bella en sus sandalias blancas y el vestido del mismo color.
El estar ahí no era fruto del azar, sabía donde volverse a encontrarse con él, donde empezaría todo.
No lo había vuelto a ver desde el encuentro en la cafetería .
Al despertar, encima de su colcha, se acordó de que no pagó su bebida.
Al día siguiente, salió por la tarde de su casa, pues trabajaba en ella con su ordenador, y fue a la cafetería.
Se disculpó con el dueño, y este le dijo que el hombre lo había pagado.
Ella ya lo sabía, pero por lo menos daba la cara.
No sintió la tentación de quedarse, no irían más por allí.
Así que volvió presta a su piso y sin incidentes.
Ella sabía...
Javier estaba cansado, la camisa del trabajo de manga corta y el pantalon no hacia mas que darle un calor horrible.
Era técnico de comunicación y arreglaba las lineas de una empresa de comunicaciones.
Estaba harto, no era de trabajos físicos, y eso que iba al gimnasio.
El era de pasarse horas en el ordenador, había estudiado para desentrañar Internet, crear software y muchas cosas más, no para pasarse a poner ADSL ni Wi-Fi ni cortar cables.
Pero de momento no había otra cosa.
Había terminado el último servicio y ya solo tenía que devolver el coche de la empresa. Había acabado su jornada.
Se sentía en el fondo molesto y no sabía el porqué.
Tonterías, vio el parque y sabía que había un pequeño lago artificial.
Haría un descanso antes de irse.
Entró por unas de las puertas y se dirigió hacia el líquido elemento.
Era ya una estación donde se agradecía pasear por las grandes sombras de los árboles, que se habían ideado de estar bastante juntos para dar un fresco ambiente.
Todo muy natural, bancos de madera para los mas ancianos, sendas de tierra para los que corrían, pistas de cemento para los skates y una estrecha serpiente de asfalto para los ciclistas.
Pequeños parques infantiles diseminados en varios puntos y algunas fuentes que era la delicia de los niños y sus globos de agua.
Como ya había estado allí varias veces, sabía donde quería ir, y al girar en un gran pino, ya vio la extensa lengua de agua del pequeño lago.
Y su cara se contrajo por la contrariedad.
Alguien ocupaba su banco favorito.
Una mujer con un vestido blanco, y a él no le apetecía compañía.
En fin, me sentaré en una esquina y ya, pensó con resignación.
A cada paso que daba, su corazón empezó a latir mas profundamente, y ese cambio era porque le sonaba la fisionomía de esa mujer.
Y antes de llegar ya supo quien era.
Llegó cauteloso.
Ella estaba sentada cómodamente y leía en un ebook.
Levantó la cabeza.
!Hola! Puedes sentarte. Le dijo con una amplia sonrisa.
Él estaba entre sorprendido, consternado y unas cuantas sensaciones más, y la mayor de ellas era que parecía esperarlo. !A él!
Estaba cansado y sudado, que mas da!


martes, 13 de junio de 2017

Tic, tac, tic, tac... Primera parte.

Ella aferró el reloj con sus dos manos, implorando que se detuviera...
Una noche, ella tomaba algo en la cafetería que acostumbraba ir, se sentía deprimida, sola.
Tenía un don, aunque ella lo llamaba La Maldición.
Si alguien la tocara, simplemente rozarla, veo su futuro inmediato.
No sabía como parar esto, nunca lo había comentado a nadie. Era su secreto.
Evitaba, hasta la extenuación ese roce, por muy leve que fuese.
De niña, se lo tomaba como un juego hasta que se dio cuenta de los comentarios de los adultos y las regañinas de sus padres.
Aprendió a callar.
Supo de la muerte de su madre, que llevó como una losa en su corazón hasta que pasó.
Ya no daba ni abrazos, ni besos amistosos, ni la mano.
Sabía que hablaban de ella como una antisocial, pero ellos no sentían lo que ella sentía. No podían comprender...
Absorta en sus pensamientos, no se dio cuenta de que un grupo de hombres entraba por la puerta, a pesar de sus voces masculinas y carcajadas tan sonoras que todas las personas allí presentes, los miraban con una sonrisa condescendiente y alguna con sorna o envidia.
Y entre risas y bravuconadas, uno de ellos empujo suavemente a otro, y sin querer, dio con ella.
El whisky con cola que en ese momento bebía, se derramó por completo por el impacto masculino en su espalda.
Entre el sobresalto del empujón, la interrupción de su soledad y que se le derramara la bebida en su ropa, le produjo un sentimiento de ira.
Se volvió y encontró a seis hombres mirandola con cara de culpables y de arrepiento.
Vaya modales! Dijo mientras intentaba limpiarse con una servilleta de papel el desaguisado.
Uno de ellos se adelantó con las manos abiertas.
Lo siento, ha sido sin querer. Él se acercó a recoger el vaso tirado en el suelo, se agachó.
Ella, ante la próximidad, se echó atrás, y empezó a caer del alto taburete de la barra.
Él se dio cuenta de su caída y, en un rápido gesto, la cogió antes de llegar al suelo.
Ella, también se agarró a él... y pasó...
Por sus manos, en contacto con su cuerpo, le produjo un hormigueo y unas imagenes cruzaron sus mente.
Por un instante, todo dio vueltas, pero enseguida se recompuso.
Lo siento de verdad, clamaba él, visiblemente afectado.
Ella no dijo nada, !solo quería irse ya!
No pasa nada... me voy.
Los otros cinco miraban toda la escena mudos.
Ellos les miró un momento y se marchó.
Vaya, la hemos pringado, chicos.
Si, somos unos gamberros! Y volvió a sonar las fuertes carcajadas.
El dueño les miraba ceñudos.
La señorita se ha ido sin pagar. Ya que le habéis molestado, os corresponde a vosotros pagar su consumición. El bigote grande y atusado, más los ojos negros y esa cara seria, no dejaba a dudas de que tenian que acatar su petición.
Yo pagaré la consumición. Dijo el hombre recogiendo el vaso y depositándolo en la barra.
Solo ha bebido eso, son dos euros.
Aquí tiene cinco, por las molestias.
Y por favor, comportaros u os echo de aquí.
Al decir esas palabras el bigote del dueño se agitaba tanto que era hipnótico.
Todos medio sonreían y se miraban entre ellos.
Caminaron hasta el fondo del local, juntaron dos mesas y se acomodaron entre risas y chanzas del bigote del mesonero.
Javier, ya no estaba muy contento.
Tenía la cara grabada de ella en la mente. Unos ojos de asombro y espanto, en color miel.
Sabía que no era un adonis, pero no asustaba.
Al final, se unió a la conversación de sus amigos y, poco a poco lo sucedido fue yendo lentamente al fondo de su mente.

La gente la miraba sin poder evitarlo.
Con la blusa clara, el liquido había dejado un manchón oscuro que, con el buen tiempo y el clima ya algo caluroso, no tenía niguna chaqueta para disimular el desastre.
Vivía cerca, y sus piernas caminaban al máximo, para llegar lo antes posible a su casa.
Tranquila, tranquila, ya ha pasado. No se ha podido evitar.
Ella misma se lo decía todo mientras lo vivido y visto en el local, no dejaba de acosarla una y otra vez.
Todo volvía a su mente consciente, se repetía una y otra vez.
La ansiedad empezaba a surgir en algún lugar de su cerebro y la opresión del pecho no cedía, ya fuese por andar tan deprisa o por su estado emocional.
Por fin!
Sacó las llaves, abrió el portal y se metió en un instante.
Un suspiro grande y sonoro salió de su boca y de su pecho, y las piernas le comenzaron a temblar.
Todavía no he llegado, se dijo.
Fue al ascensor, ¡cuanto tarda!, se abrió las puertas y entró rauda.
Pulsó su número, y taconeaba impaciente para que empezara a subir.
Al llegar, tenía la llave preparada, abrió y cerró con un golpe seco.
Lanzó las llaves y el bolso a la primera butaca que tenía a su alcance en su salón, fue directamente al dormitorio y se quito la blusa, sin desabrocharse los botones, y la tiró al suelo como si le quemara.
La miro.
Todo arrugada, manchada y muerta.
Se giro, los zapatos se quedaron por el camino hacia la cama, uno de pie y otro ladeado, ya estaba a salvo.
Suavemente se echó en su cama sintiendo en su piel, la suavidad de la colcha.
Se había quedado con los pantalones, solo el sujetador negro seguía en su sitio.
Por una vez, no había sido un contacto horrible.
Se sentía feliz, asombrada.
Su corazón latía deprisa, pero no de temor, sino de amor.
Una sonrisa floreció en sus labios, cerró los ojos y se quedó dormida.
Sabía que se volverían a ver...

domingo, 11 de junio de 2017

Imaginemos

Dónde estuviera tu cabeza, tal vez en el cielo azul del verano.
Seguro que estaría en el lugar que debía de estar, imaginando cosas bellas.
Me habría gustado estar en otro planeta contigo, lejos del ruido y de tanta gente.
No creas, sería bonito estar en un lugar desconocido, con muchos árboles y frondosos, de hierba verde con flores de diferentes clases y colores.
Y los dos juntos, admirando el paisaje y tu rostro.
Por la noche, estar en una cabaña de madera, con un buen hogar y lloviendo fuertemente.
Saca algo concreto de este pensamiento mío.
La chimenea, ardiendo y crepitando el fuego, emanando calor a nuestros cuerpos, un buen vino rojo como la sangre, y acido en los labios que entumezca nuestras mentes y suelte nuestras risas.
Y una larga, larga conversación...
Con una luz tenue y una música para pensar en nada más.
Aquí tienes algo lindo, sacado de ti y de mi, para hacer una cosa maravillosa, de las que tu haces.
Tus palabras hacen brotar un te quiero o un te amo, sin darte cuenta de que conmueves mi corazón.
Que pena que no tengan destino,  y que sea sólo fruto del entusiasmo, del embrujo de unas palabras profundas con sabor a melodía, que quisiera bailar contigo, agarrando tu mano y tu cintura.