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martes, 13 de junio de 2017

Tic, tac, tic, tac... Primera parte.

Ella aferró el reloj con sus dos manos, implorando que se detuviera...
Una noche, ella tomaba algo en la cafetería que acostumbraba ir, se sentía deprimida, sola.
Tenía un don, aunque ella lo llamaba La Maldición.
Si alguien la tocara, simplemente rozarla, veo su futuro inmediato.
No sabía como parar esto, nunca lo había comentado a nadie. Era su secreto.
Evitaba, hasta la extenuación ese roce, por muy leve que fuese.
De niña, se lo tomaba como un juego hasta que se dio cuenta de los comentarios de los adultos y las regañinas de sus padres.
Aprendió a callar.
Supo de la muerte de su madre, que llevó como una losa en su corazón hasta que pasó.
Ya no daba ni abrazos, ni besos amistosos, ni la mano.
Sabía que hablaban de ella como una antisocial, pero ellos no sentían lo que ella sentía. No podían comprender...
Absorta en sus pensamientos, no se dio cuenta de que un grupo de hombres entraba por la puerta, a pesar de sus voces masculinas y carcajadas tan sonoras que todas las personas allí presentes, los miraban con una sonrisa condescendiente y alguna con sorna o envidia.
Y entre risas y bravuconadas, uno de ellos empujo suavemente a otro, y sin querer, dio con ella.
El whisky con cola que en ese momento bebía, se derramó por completo por el impacto masculino en su espalda.
Entre el sobresalto del empujón, la interrupción de su soledad y que se le derramara la bebida en su ropa, le produjo un sentimiento de ira.
Se volvió y encontró a seis hombres mirandola con cara de culpables y de arrepiento.
Vaya modales! Dijo mientras intentaba limpiarse con una servilleta de papel el desaguisado.
Uno de ellos se adelantó con las manos abiertas.
Lo siento, ha sido sin querer. Él se acercó a recoger el vaso tirado en el suelo, se agachó.
Ella, ante la próximidad, se echó atrás, y empezó a caer del alto taburete de la barra.
Él se dio cuenta de su caída y, en un rápido gesto, la cogió antes de llegar al suelo.
Ella, también se agarró a él... y pasó...
Por sus manos, en contacto con su cuerpo, le produjo un hormigueo y unas imagenes cruzaron sus mente.
Por un instante, todo dio vueltas, pero enseguida se recompuso.
Lo siento de verdad, clamaba él, visiblemente afectado.
Ella no dijo nada, !solo quería irse ya!
No pasa nada... me voy.
Los otros cinco miraban toda la escena mudos.
Ellos les miró un momento y se marchó.
Vaya, la hemos pringado, chicos.
Si, somos unos gamberros! Y volvió a sonar las fuertes carcajadas.
El dueño les miraba ceñudos.
La señorita se ha ido sin pagar. Ya que le habéis molestado, os corresponde a vosotros pagar su consumición. El bigote grande y atusado, más los ojos negros y esa cara seria, no dejaba a dudas de que tenian que acatar su petición.
Yo pagaré la consumición. Dijo el hombre recogiendo el vaso y depositándolo en la barra.
Solo ha bebido eso, son dos euros.
Aquí tiene cinco, por las molestias.
Y por favor, comportaros u os echo de aquí.
Al decir esas palabras el bigote del dueño se agitaba tanto que era hipnótico.
Todos medio sonreían y se miraban entre ellos.
Caminaron hasta el fondo del local, juntaron dos mesas y se acomodaron entre risas y chanzas del bigote del mesonero.
Javier, ya no estaba muy contento.
Tenía la cara grabada de ella en la mente. Unos ojos de asombro y espanto, en color miel.
Sabía que no era un adonis, pero no asustaba.
Al final, se unió a la conversación de sus amigos y, poco a poco lo sucedido fue yendo lentamente al fondo de su mente.

La gente la miraba sin poder evitarlo.
Con la blusa clara, el liquido había dejado un manchón oscuro que, con el buen tiempo y el clima ya algo caluroso, no tenía niguna chaqueta para disimular el desastre.
Vivía cerca, y sus piernas caminaban al máximo, para llegar lo antes posible a su casa.
Tranquila, tranquila, ya ha pasado. No se ha podido evitar.
Ella misma se lo decía todo mientras lo vivido y visto en el local, no dejaba de acosarla una y otra vez.
Todo volvía a su mente consciente, se repetía una y otra vez.
La ansiedad empezaba a surgir en algún lugar de su cerebro y la opresión del pecho no cedía, ya fuese por andar tan deprisa o por su estado emocional.
Por fin!
Sacó las llaves, abrió el portal y se metió en un instante.
Un suspiro grande y sonoro salió de su boca y de su pecho, y las piernas le comenzaron a temblar.
Todavía no he llegado, se dijo.
Fue al ascensor, ¡cuanto tarda!, se abrió las puertas y entró rauda.
Pulsó su número, y taconeaba impaciente para que empezara a subir.
Al llegar, tenía la llave preparada, abrió y cerró con un golpe seco.
Lanzó las llaves y el bolso a la primera butaca que tenía a su alcance en su salón, fue directamente al dormitorio y se quito la blusa, sin desabrocharse los botones, y la tiró al suelo como si le quemara.
La miro.
Todo arrugada, manchada y muerta.
Se giro, los zapatos se quedaron por el camino hacia la cama, uno de pie y otro ladeado, ya estaba a salvo.
Suavemente se echó en su cama sintiendo en su piel, la suavidad de la colcha.
Se había quedado con los pantalones, solo el sujetador negro seguía en su sitio.
Por una vez, no había sido un contacto horrible.
Se sentía feliz, asombrada.
Su corazón latía deprisa, pero no de temor, sino de amor.
Una sonrisa floreció en sus labios, cerró los ojos y se quedó dormida.
Sabía que se volverían a ver...

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