Páginas

martes, 20 de septiembre de 2016

Soledad no es una mujer.

Ella se descalzó antes de pisar la arena.
Aunque era verano, se notaba el cambio.
Ya empezaba el tránsito de una estación a otra.
En parte, lo agradecía.
No había pasado buen verano, y con el otoño, ya saldría menos.
El asfixiante calor la había obligado a salir más de casa.
Miró a ambos lados y comprobó la poca gente que ya quedaba.
Mejor, no tenía muchas ganas de ser observada.
El cielo, y era las siete de la tarde, ya estaba con los inconfundibles colores de atardecer.
Ya anochece pronto.
Cogió sus zapatos y se adentró en la tibia arena, sentía en las plantas de sus pies, los movedizos granulos, así ha sido su vida, movediza.
Llegó a las sombrillas y, una elegida al azar, le sirvió para dejar sus cosas y sentarse en la arena, apoyando la espalda en el muerto tronco.
Un largo suspiro de relajación y alivio se le escapó, incluso se sorprendió por la vehemencia de la exhalación.
Ya estoy aquí, y dejó pasar el tiempo.
Poco a poco las luces se fueron encendido mientras la luz boreal dejaba paso a la oscuridad, pero el incesante murmullo de mar seguía y seguía, hipnotizandola.
Se sentía muy bien, quedaba lejos todo lo cercano y sólo estaba ella.
En un momento dado, ella giró la cabeza y lo vio.
Aunque era bastante oscuro, lo distinguió muy bien.
Caminaba por la orilla del mar, la más fría, la más firme y la más mojada.
Cogerá un resfriado, jajajaja.
Y notó la mirada de él.
Enseguida se puso tensa y quiso pasar desapercibida.
Pronto pasará y  se alejará...
Cuando él llegó a su altura, dejándola boquiabierta, giró bruscamente hacía ella y en dos zancadas, ya estaba sentado a su lado.
Lo que sintió ella fue inefable, un montón de sentimientos y pensamientos la aturdian.
Él sonreía sin parar y sin dejarla de mirarla con ese descaro que la ponía colorada y enfadada.
Hola. Aquello ya era una pasada.
Hola. Deseo estar sola, gracias.
Ya lo sé.
Ahhh, pues si lo sabes, ya tardas.
Déjame presentarme.
Hazlo y lárgate.
Me llamo Soledad.
Esto ya era guasa. Así que ella cogió aire, suspiró y cogió fuerzas.
Bonito nombre, aunque no es muy apropiado para un hombre.
Si, debes saber que Soledad no es una mujer.
Y que debo pensar de ti?
Soy tu Soledad, aquello que más temes y más ansias.
Cada palabra, la dejaba más estupefacta.
Tú no sabes lo que pienso y siento.
Puede que mejor que tú. Soy aquel que deseaste y por miedo, dejaste marchar.
Tú no eres él.
Tal vez no tenga su cara, pero mírame.
Ella le miró a los ojos con rabia, con miedo, con ansia.
Y, al momento, los dejó caer.
Ya sabes, Soledad no es una mujer.
Al levantar sus ojos, él ya no estaba, y sobre la arena, había un pedazo de papel, mal cortado, con un número de teléfono.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Embrujo.

Ayer te pensé.
No te me vas.
Suelo codiciar el
recuerdo de tu piel,
el tibio olor de tu esencia,
perfumada de un nombre olvidado.
Hechizas mis huellas,
que caminan en tu mirada.
Solicitas mis latidos,
enajenas mis sentidos.
Embrujo descarado de muertes
en tus dedos,
que rasgan con pasión
el pulso de mis venas.
Brebajes de líquidos,
esencias benditas,
de cuerpos arqueados
de maravillosa lujuria.
Puñales de espuma soñadora,
dolores enquistados,
preciosos gemidos de frascos abiertos, líneas surcadas,
enajenaciones intemporales...
Estás lejos, pero mis susurros,
viajan en alas del viento.
Hechizos de mi alma
para conquistar tu corazón,
tu mente y tu persona.
Devoradora de recuerdos
que desgarran este corazón caliente.
Hechizos de mi boca,
hambrienta de jugos de tu boca.
Compartir besos locos
y sexo silencioso.
Hechizos de una sabana
en las curvas de la piel,
testigo de las huidas
y búsquedas del placer.
Hechizos de mis lágrimas,
que lloran sin querer.

martes, 6 de septiembre de 2016

Mis dedos...

Enredo las yemas de mis dedos en tu hermoso pelo.
Acaricio los bucles de tu dorada piel.
Añoro sentir la infinita mirada de tus ojos perdidos en mi parecer.
Soltar la pasión de labios temblorosos, sedientos de besos eternos.
Rodear el valle de tu esencia, buscar tu presencia honda e inefable.
Llegar al éxtasis, encumbrada entre los brazos hercúleos de tu cuerpo.
Dormir, soñar, sentir la quietud después de la batalla sexual.