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miércoles, 21 de diciembre de 2016

Cuento de Navidad

Todo estaba oscuro.
No sé porqué se despierta en plena madrugada.
Tal vez un ruido, tal vez un susurro...
La edad del miedo pasó, pero el sentimiento de curiosidad impera.
Escucha atentamente los ruidos de la casa.
Todos los demás duermen profundamente.
Mamá en su cuarto.
Con la puerta entornada.
La hermana también, la oye roncar suavemente. El resfriado le hace respirar pesadamente.
Tira de la ropa de cama y sale del lecho.
Pisa algo, ufff!
El coche de control remoto...
Lo ve porque la iluminación de las farolas se cuela por las ventanas, casi parece de día.
Decide salir, y de paso hace parada en el baño.
Sale y se dirigue al salón.
Hace frío, estamos en diciembre y ha estado lloviendo.
Mañana será Nochebuena, y habrá invitados, risas y felicidad.
Como mamá cierra ventanas y cortinas, el salón está sumido en la más absoluta oscuridad, pero aún así, encuentra el sofá y se acurruca.
Las sombras palpitan, parecen que se mueven pero es la imaginación del niño.
Mira a una esquina, allí está el Árbol de Navidad.
Lo pusieron él, su hermana y unos amiguitos. Mamá lo vigilaba todo, fue muy divertido y él hizo de anfitrión. Le gustó.
Uno de los otros niños le dijo que en Navidad todos los niños son ángeles, porque traen la alegría.
Vaya tontería. La alegría se tiene o no.
Algo, de repente, empezo a brillar. Una pequeña luz azul emitia, apenas, unos rayitos de ese color.
Él se quedó boquiabierto! No es posible!
Después de la luz azul, le siguió una roja, otra verde, otra amarilla y asi hasta que todo el árbol resplandecia y con él todo el salón.
Esas luces eran diferentes, no eran las mismas cuando lo encendían un rato cada tarde hasta la noche.
Poco a poco, bajó del sofá y se fue acercando.
Maravillado se dio cuenta de que oía música, una dulce melodía, del árbol.
Y sintió un cosquilleo en su cuerpo.
Unas inmaculadas alas de ángel se desplegaron de su espalda.
La felicidad ha llegado!

miércoles, 14 de diciembre de 2016

La exiliada...

Estoy en una cama de hospital.
Mi muerte ya está próxima.
Soy vieja, he vivido mucho.
He reído, he llorado, he amado y hasta he odiado.
Blancas sabanas me rodean, el tubito de mi nariz ya no me incordia, ni la molesta vía.
Ya me da igual. Todo empieza a quedarse atrás.
Ruidos amortiguados por la constante somnolencia de mi cerebro que empieza a despegarse de este mundo, hacen que sienta una placidez que nunca antes he sentido.
Necesito empezar mi viaje, aunque no sepa a dónde.
Nadie me visita ya, para que!?
Mi hija no viene si no la traen, los demás, tienen su vida, cómo yo tuve la mía.
La compasión de sujetar mi mano, no existe.
Y mi amor ya no está.
Mi recuerdo va constantemente hacia él.
Él nunca lo supo los días que estuve junto a su lado, cogiendole su mano y hablandole sin cesar.
Y cuando llego el momento del último estertor, yo le susurraba un te quiero.
Exiliada fui, de su amor, de su mirada, de sus caricias.
Exiliada, por voluntad y decisión propia.
Exiliada, porque en su mente nunca fui la amada.
Lágrimas calientes corren por mi cara recordandolo, a solas.
En mi habitación del hospital, entre mis sabanas blancas y en mi último suspirar...
La exiliada...