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domingo, 30 de julio de 2017

Un libro.

Puro vivir, pura ensoñación
son mis mares interiores.
Surco la tierra con quejidos,
agrietando la reseca
tierra de mis pesares.
Puro vivir en el aire de tus letras,
En el silencio de tus párrafos
y en los números de tus páginas.

Cobijarme entre mis versos
y sentir tu presencia
en el prólogo y el epílogo.
Nadar entre capítulos
de palabras insondables.
Caerme en esos puntos aparte
y descansar en las comas
de tus andares.

Nada atrae más a la noche
que oscuros personajes nacidos
de mis delirios.
Que la luna despilfarrando
mayúsculas y minúsculas.
Sus rayos de plata,
pintan versículos
en negrita plateada.

Voy enhebrando sonatas,
poemas y prosa,
con las capitales destacadas,
sacando folios
de una imaginación
enclaustrada por la portada y contraportada.

Almas errantes que viven
entre la cursiva y las fuentes,
consagraron un pasado irrevocable.
Plenas de belleza poética,
sigo amando en gerundios
y en un pasado imperfecto,
mucho más que el ayer.

Vivo de espejismos,
de tinta negra en fondo blanco
conformando un fuego abrasador
que me delata las ganas
de morirme por ti.
De tu esencia reflejada en
tu ausencia, gano puntos y comas,
y entre paréntesis de distancias,
someto las nostalgias
sin una huella que seguir.

Cierro el libro.
Pero aún quedan hojas
sueltas por escribir.


Los Cipreses. Cuarta parte.


¿Pasa algo? ¿Temes que te haga algo? Jajajaja
Una rabia convertida en un rubor que me pone la cara roja hace que me den ganas de matarlo.
Ya lo hecho una vez, ¿por qué no otra?
Empiezo a sentir como una niebla cubre mis ojos y la razón se difumina, solo siento furia...
No se que cara pongo, pero el se calla de repente y me mira sin cambiar de postura.
Sigo en silencio y sin moverme.
Vete a duchar, ya perdemos bastante tiempo.
Al fin mis pies se deciden empezar a caminar hacia el fondo.
Estoy más tranquila se que no intentará nada.
El baño es pequeño. Lo justo.
Un lavabo diminuto, el wc y una pequeña bañera.
Me desnudo completamente y veo toda la ropa sucia y rota.
Me miro en el espejo.
Casi me da algo.
Una cara mas que sucia, con las marcas verticales de mis lágrimas.
Y mi pelo, una maraña de mechones, suciedad y polvo.
Y mis ojos.
No son mis ojos.
Apagados, cansados, vejados.
Me meto en la bañera y abro el grifo dejando que el agua me empape.
Siento poco a poco, que el líquido elemento, se va llevando la suciedad y otras cosas hasta el sumidero del olvido.
¡Dios! ¡Que maravillosa sensación!
Ojalá pudiese estar así horas y horas.
De repente oigo un ruido y descorro la cortina de un manotazo.
No hay nadie, no está él.
Mi corazón late otra vez a mil por hora, la adrenalina me hace jadear bajo la ducha.
¡No hay paz!
Empiezo a temblar, cierro el grifo y me siento con las piernas dobladas porque es muy diminuta.
¡Que angustia! ¡Qué soledad!
Me abrazo y descanso la cabeza en mis rodillas.
Necesito un respiro, tranquilidad, recuperarme de estas zozobras.
Cierro los ojos y me acuno.
Ese movimiento de atrás a delante me calma, empiezo a tararear una musiquilla.
Todo irá bien. Haré que todo vaya bien.
Y con un suspiro de resignación, deshago el abrazo y me levanto.
Salgo de la bañera y me encuentro encima del lavabo ropa limpia.
Unos simples vaqueros de hombre y una camiseta.
Me quedo mirando la ropa pensando cómo ha entrado sin darme cuenta, y lo peor, seguramente me ha visto desnuda.
Una opresión de vulnerabilidad me acosa.
Estoy con los nervios a flor de piel.
Por ahora no ha mostrado signos de violencia conmigo.
Pero no me descuidaré hasta llegar a algún sitio.
Me pongo mis braguitas y la ropa.
Los pantalones algo incómodos pero no puedo elegir, la camiseta es de chica. Alguna se la dejaría. No me importa, entre la ducha y la ropa me siento mejor.
Mi ropa solo sirve para tirarla, quemarla mejor.
Con solo mirarla me siento mal.
Me calzo mis zapatillas y ya estoy lista.
Salgo y lo veo de pie con su móvil en la mano.
Levanta la cabeza y me mira.
No me dice nada.
Nos vamos. Dice secamente.
Yo ya no digo nada, quiero irme también.
Salimos afuera y tiro mi ropa en un cubo grande que está a un lado de la casa con desperdicios.
Me dirijo a la moto, me pongo el casco que me tiende, él se pone el suyo y arranca la moto.
Yo subo y me agarro directamente a él.
No veo la mochila, supongo que le ha cabido en el portamaletas de esta.
Por fin nos ponemos en marcha y salimos al asfalto agujereado.
Va concentrado en eso, lo noto por la tensión de él.
Al cabo de un rato de desandar lo andado, salimos a la carretera principal y allí si que acelera de lo lindo.
Nunca me han gustado las motos y la velocidad de estas, así que, cierro los ojos y me dejo llevar.
Mi cuerpo se va inclinando al son del suyo, siento el ruido del motor, de los acelerones y los cambios de marcha.
Por fin.
Empiezo a confiar en el piloto y miro por encima de él.
La tira de asfalto es devorada por la máquina.
Metro a metro, kilómetro a kilómetro.
No sé adónde me lleva.
Vine de noche y mi percepción de la distancia no es la misma.
Y después de lo sucedido, incluso parece que fue hace mucho tiempo.
Llegamos a una curva a la izquierda muy cerrada.
Él frena antes de entrar, noto los cambios de marcha para reducir la p potencia del motor y...
Mis ojos se abren de par en par.
Él frena casi en seco, la moto cuela por detrás y siento el tirón.
Pero no nos caemos.
Estamos ante un tramo largo y recto, pero lo que nos alucina es que hay sangre por toda la carretera.
¡Imposible!
No hay sangre suficiente para kilómetros y kilómetros...
Él se quita el casco, frunce el ceño y entorna los ojos.
Por lo menos no soy la única con esta visión, que es una alucinación increible.
¿Qué mierda es ésta?
Es solo lo que dice.
Agarrate bien fuerte.
Se vuelve a poner el casco y pone de nuevo la moto en marcha.
En ese momento me doy cuenta que no nos hemos cruzado con ningún vehiculo, de ninguna clase.
¡Con nadie!
Al final la rueda delantera pisa las primeras manchas de sangre o lo que sea eso rojo.
Y él empieza a acelerar casi a una velocidad que me marea.
Siento un pitido en mi cabeza y, poco a poco, siento que pierdo el conocimiento. Intento agarrarme fuerte pero al final todo se vuelve oscuro.

La luz en el camino
se vuelve oscuridad.
La vida se hace muerte.

Despierto, no sé que ha pasado.
Me encuentro tumbada en un prado.
Lo último que recuerdo es que iba en una moto con un hombre sin nombre y a toda velocidad en una carretera de sangre.
Ya no llevo el casco, me incorporo un poco.
No me duele nada, estoy confusa.
Conozco este sitio.
Miro a mi alrededor y veo con horror que estoy en la vereda de Los Cipreses otra vez.
Me levanto y cuando me veo las manos, las vuelvo a llevar llenas de sangre.
El viento me sacude con fuerza.
Y caigo de rodillas.
Ellos, los cipreses, se han convertido en mudos jueces y verdugos. No me dejaran ir.
Ahora lo sé.

miércoles, 26 de julio de 2017

Los Cipreses. Tercera parte.


Me llevas, si quieres.
Era lo peor, la suplica.
Allí, a merced de ese hombre.
Pues levanta que hay un buen trecho. Pero antes te lavas las manos, bien lavadas. No quiero que me ensucies con esa sangre. No se que ha pasado ni me importa.
Solo te llevaré a algún sitio donde te puedas valer por ti misma, luego te quedas sola.
Asiento con la cabeza .
No me llega el aliento para nada más.
Bebo más agua y con el resto me lavo las manos.
Poco a poco, el rojizo oscuro da paso al color de mi piel.
Solo quedan rastros en mis uñas, no puedo hacer más.
Ya estoy.
Muy bien.
Estaba lánguidamente sentado en su moto, mirándome.
Sentía esa verde mirada.
No quería ni mirarlo. Esa mirada guasona, de control ya la conocía sobradamente.
Intente peinar con mis dedos el pelo enmarañado.
Vaya tontería, pero es algo automático en mí cuando estoy delante de un hombre.
Era un libro abierto. Mi mirada, mis gestos denotaban mi miedo, mi angustia y él parecía disfrutarlo.
Se sentó a horcajadas en su moto y la arrancó.
Un humo blanco salió por el tubo de escape, dió un par de acelerones y sin mirarme me invitó a subir.
Yo lo hice con cuidado de no rozarme con él.
Puse mis pies en ambos estribos, sentía el portaequipaje en mi espalda e intentaba que mis pechos no rozaran su espalda.
Aceleró para empezar a mover la moto, como si yo no estuviera detrás suyo, y sin tener otra opción, tuve que agarrarme a él.
Tenía los ojos medio abiertos y veía pasar los cipreses poco a poco.
El ruido del motor era lo único que sentía mis oídos.
Por unos momentos me relajé, tal vez tendría una oportunidad de dejar ésta pesadilla atrás y seguir con mi vida.
Sentía los músculos tensos de él a través de su ropa, de su chaqueta de cuero negra.
En otro momento, no me hubiese importado coquetear con este motero, pero ahora sólo deseaba estar tranquila.
Mis manos planas estaban tensas en su pecho, notaba su corazón tranquilo y firme.
Mi cuerpo se movía al compás de las sacudidas de la moto y de las piedras del camino.
Después de unos minutos, la vereda enlazó un camino con un viejo asfaltado, con enormes agujeros que él sorteaba con pericia .
Poco a poco nos adentrabamos más en la montaña y en el bosque, subiamos casi sin darnos cuenta.
Yo seguía en mi media consciencia, dejándome llevar. Total, no tenía a dónde ir ni sabía dónde estaba ni cómo salir de allí.
Tendría que confiar otra vez...
Casi sin darme cuenta, abandono esa pequeña carretera y se internó en otro camino, y al cabo de unos metros paró delante de una pequeña casa rural.
Apagó el motor.
Baja, he de recoger unas cosas.
Yo al instante estaba de pie en la tierra, él se bajó y andó hacía la puerta.
Entró y estuvo unos minutos.
Salió con una mochila, bastante pesada.
No pasó de la puerta. La sujetaba con una mano y me miraba.
Yo no sabía cuál iba a ser su reacción, también me lo quedé mirando.
Pasaron unos segundos, eternos segundos.
Será mejor que te des una ducha y te arregles como puedas, vas echa una porquería. Si te llevo a algún sitio así como vas, nos pueden hacer preguntas que no estoy dispuesto a contestar.
Vi razonable su propuesta.
No me había visto, pero me lo imaginaba.
Él se volvió hacia adentro dejando la puerta abierta como una  muda invitación de que entrara.
Eso hice.
La penumbra hizo que me quedase parada en la entrada hasta que pude ver algo. Todas las ventanas estaban cerradas, no entraba casi ninguna luz, solo la de la puerta abierta.
Vi que se había acomodado en un viejo sofá, apenas unos muebles gastados, los justos.
El baño está al fondo y no tardes.
Mi corazón volvió a latir por la fuerza de la ansiedad, mis pies no acertaban moverse de donde estaba.
¿Dónde me meto?
Y esos malditos ojos verdes...

lunes, 24 de julio de 2017

Los Cipreses. Segunda parte.


El puso la pata de cabra a su moto, (no sé a quien se le ocurrió ese nombre), y se bajó de ella teniendo cuidado de su estabilidad.
Me dió la espalda y buscó en el pequeño maletero trasero se la moto, sacando una botella grande de agua.
Se puso delante mía, yo apenas podía alzar la mirada, solo veía sus botas de gruesa suela y algo de los vaqueros azules.
Bebe.
Fue su única palabra y me tiró la botella.
Aparté la cara, por si acaso me daba, y ésta cayó estrepitosamente al suelo, haciendo que su contenido se agitara.
Tanto eran mis temblores que no podía despegar los brazos de mi cuerpo, pero la intensidad de mi sed era superior, incluso a mi miedo.
Cogí la botella y casi ni la podía abrir, al final pude beber unos sorbos que me aliviaron la calor y los temblores.
No dejaba de estar atenta.
No se había movido para nada, ni un centímetro, solo oía su ligera respiración y sentía su mirada sobre mí.
Vaya mierda que te has metido, nena.
No me he metido nada.
Apenas oía mi propia voz, era un susurro ininteligible.
Pues lo pareces, nena.
Alce la cabeza con esfuerzo y le mire a la cara.
Estaba a contraluz, todo oscuro, pero seguía viendo esos ojos.
No soy tu nena.
Te llamo nena porque no sé tu nombre ni que coño haces aquí, en éste páramo. No hay nada en muchos kilómetros. Por aquí no pasa ni dios.
Tú si.
Vaya, tienes la lengua larga.
Empecé a temblar otra vez.
No por lo vivido, sino por ese hombre.
Sentía que no era una buena persona, era un ser oscuro.
Seguí allí tirada como un desperdicio, sin reaccionar, en ese sitio desolado con solamente esos árboles por testigos.
No se oía nada, ni el piar de los pájaros.
Estaba asustada como nunca lo había estado en mi vida, mi corazón latía muy deprisa, sudaba a mares y la adrenalina no paraba de fluir por mis venas.
Miedo puro y duro a ese desconocido, a la muerte.
Una muerte violenta y dolorosa.
Vi que flexionaba una rodilla y se agachó para verme la cara.
Lo tenía a unos pocos centímetros de mí. Me sentía acorralada.
Y que vas a hacer, nena? Te quedas o te llevo a algún lado?
No se que era peor, el cinismo de su voz o esa mezcla de guasa y superioridad con notas de lascivia en su mirada verde.
Ojalá pudiese quedarme.
Ojalá tuviese mi móvil para llamar a alguien.
Ojalá pudiera salir corriendo.
Pero no tenía ninguna otra opción.
Era él o era morirme allí mismo.

Mi sueño

Hoy estoy en modo loca total.
Me desperté con ganas de un polvo y solo tenía entre las piernas la sábana arrugada.
Entre la calor y el dolor, me muero lánguidamente en el sofá.
Estoy en silencio, en ropa interior y el ventilador ronronea en su monótono ir y venir, más bien girar y girar.
No estoy para nadie, ni para mí misma.
Me inyectaría morfina para huir de esto, pero me conformo con mi cubata de ron y cola.
Esnifaría lo que pillara con tal de que un colocón me hiciera volar lejos sin pasar por las alas.
Bendita regla, que hace que la vida se escurra entre mis piernas y esté mas muerta que viva.
Se ama a las mujeres, y yo las aborrezco por ser sufridoras consentidoras de machistas ególatras de pitos pequeños, y cerebros aún mas pequeños.
Mi mente ya fumea entre las alucinaciones del alcohol, las hormonas asesinas de mi cordura y estos dolores atroces de cuerpo y alma.
Llevo tres rondas y mi cuerpo empieza a responder.
Mi locura es mas postureo que realidad, es mi sueño.
Siento el aire sobre esta piel calenturienta, y la somnolencia intenta hacerse con el control.
¡No quiero!
Cambio de posición en el sofá y acabo con las piernas abiertas.
Mas de uno le gustaría revolcarse entre ellas, pringándose de lo mío y de lo suyo.
Muero por un hombre que me lleve a lo máximo.
Le permitiría casi todo, hasta matarme a polvos y a risas.
El veneno del desenfreno comienza aquí y sigue en mí.
Me toco los pechos, con las cúspides endurecidas, mi barriga indomable y mi pubis, por debajo de las bragas, jugueteando con los pocos rizos que dejo crecer.
No hay nada mejor que las manos de un hombre que despiertan las serpientes en mi cuerpo.

Los Cipreses.


Camino entre un sinfín de cipreses
que avanzan hacia el cielo, guerreros mudos que me escoltan hacia mi destino.
Camino por un vereda de polvo seco, que mis pies levantan en pequeñas estelas amarillentas.
Llevo la camiseta de tirantes sucia, los pantalones cortos hechos jirones.
Mi pelo enmarañado se mueve al compás del viento.
Mi cara es una auténtica máscara de sufrimiento.
Así me la noto.
Apenas quiero recordar lo que ha sucedido.
Ojalá no caminase ahora bajo este sol que deja expuesta mi delito.
Me paro e intento escuchar el sonido del viento entre estos cipreses.
Cantan, cantan bajito, como mi madre cuando le pedía que me cantase mi nana aunque ya hubiese cumplido mas de diez años.
El resplandor de este día, arde en mi pecho, me cuesta respirar y mis piernas flaquean.
Caigo de rodillas, el impacto es tan brutal que hace temblar todo mi cuerpo.
Me ha dolido, pero más me duele el corazón y la cabeza.
Entiendo que las penumbras atraigan tanto. Hagan salir el lado oscuro de una.
Tal vez porque nos arropa,
tal vez porque lo escondido nos proteje.
Tal vez es que no sabemos ser luz en la oscuridad.
Estoy triste, pero estoy seca.
Tengo sed y hambre, y por aquí no veo ninguna casa cerca.
Temo ya el contacto con la gente.
Estoy marcada cuál res con un amo.
Miro mis manos y están teñidas de rojo.
Es su sangre.
¿Cómo he podido?
Ahora comprendo.
Cuando una pasa el límite, se hacen cosas que nunca creí que podría hacer.
Intento abrazarme a mi misma, los temblores son muy fuertes, el delirio se presenta y ya no soy yo.
Oigo un ronroneo, me giro y veo un hombre sobre una gran moto.
Echa humo y tierra, no avanza muy deprisa por la dificultad del terreno, es una moto grande.
Es lo único que rompe la soledad del lugar y mi cabeza ida.
Poco a poco el sonido aumenta, ¿Se detendrá o pasará por mi lado y ya está?
Ya no tengo fuerzas, quiero que esto acabe ya, ahora.
Llega el extraño a mi altura y, para mi sorpresa, se detiene, pone sus largas piernas en la hierba y me mira.
No lleva casco, y su pelo es negro, sus ojos verdes, me traspasan, y en su boca baila una sonrisa cínica.
Sus rasgos son de depredador.
¡Bien! Acortará mi agonía.

viernes, 21 de julio de 2017

Esas noches.

Siempre que la vida me desnuda, pienso que soy asi para ti.
Llevo el alma al paraíso celestial de tu boca,
para regar los incesantes recuerdos 
de noches dulces y amargas, 
que nunca amanecieron, 
que nunca fueron nuestros.

Me encierro en tus ojos, 
en la luz inmensa de tu amor, 
para ver las tardes claras
que nunca terminan, 
donde el tiempo se detiene 
y las noches que nunca amanecen se hacen eternas para los dos.

Me vuelve el alma al cuerpo 
como un sudario estremecedor, 
cuando en los recuerdos felices 
de aquellas sublimes pasiones, 
en las noches que nos haciamos dueños mutuos de nuestros cielos, 
y en mis brazos yo te siento, 
y en mi alma yo te llevo hasta enloquecer.

No existen...



No existen excusas, 
existen palabras...
No existen razones, 
existen locuras,
que describan ese delirio 
con el cual te sueño.

Mezo en mi regazo la soledad 
que causas en mi piel
Siento desearte hasta
perder la noción del tiempo.
No existen los engaños, 
existe el que te quiero.

Cansada de vagar 
rompo las piernas 
para quedarme 
en ninguna parte.
Cuando tu mirada 
se desvanezca 
entre las brumas 
del no pensar, 
no sufrir no desear.

Arrancarte a trozos 
de mi tierra donde 
hundo mis dedos 
gritando tu nombre.
Desnuda mi deseo, 
desnuda mi alma, 
desnuda estoy impotente, 
clamando a los dioses 
un perdón inexistente.

Quédate,
en las orillas de mis labios 
desborda los sollozos 
de cada día, 
inundando el aire 
de gemidos inefables.

En el color de mis pupilas 
se refleja esa pasión 
que grita por salir 
en cada poro de mi piel.
En el palpitar de mi pecho 
sacuden las ganas 
de comerte a besos, 
a decirte te quiero 
hasta el ocaso de este mundo.

En el delirio de mi piel 
huyo para no sentir esto, 
en el delirio de mi piel 
está el gozo mutuo.
En el delirio de mi piel 
mis adioses cuelgan 
como carteles de un fin 
anunciado y no ansiado, 
querido y temido.

Dolor en mi vientre 
porque me faltará tu olor, 
y vendrán otros tiempos 
para el olvido, 
para olvidarte 
de mis delirios y 
locuras amatorias.

Para no recordad 
que nos amemos, 
olvidar orgasmos y besos, 
borrar caricias y lamentos.
Dadme la paz a estas venas 
por donde corren tu nombre, 
dadme la paz a esta locura 
que me consume en mi vigila constante.

Nunca me diste tu alegría, 
sólo días de lluvias.
Nunca me diste 
un amor al completo.
Nunca te diste, 
como yo te di.
Nunca me diste la alegría 
de ser una novia. 
Nunca me diste, 
lo que mas anhelaba, 
ser la protagonista de tu vida.
Besos y abrazos, 
parabienes y un hasta otra.

jueves, 20 de julio de 2017

Sentirte.

Hay una nube en tu mirada
que no me deja ver.
Intentas huir de mi,
y no se que hacer.
Espero pacientemente
que vuelvas a querer.
Envuelta en la melancolía,
paso mis días en dejadez.
Esperando tras esa cortina,
que el aire sabe mover.
Abrazo mis piernas,
por sentir algo esta vez.
Te echo de menos,
deseo de nuevo renacer.
Siento que te vas de mi,
a la idea de perder
me he de negar,
si en ti quiero beber.

domingo, 16 de julio de 2017

Dame tu mano.

Dame tu mano, te guiaré al país de los sueños...
Verás estrellas fugaces que jugaran con tu pelo.
Soles que serán peldaños bajo tus pies y subirás al infinito.
El Universo al alcance de tus manos, flotando en el amor.

Pinto de colores.

Pinto el cielo de colores,
para que alegre
cada día mis dias
al despertar.

Lleno de globos las montañas,
para que floten en ellos
la flores multicolores
y poderlas besar.

La sonrisa la pintas tú
en mi mirar,
guardo en mi corazón
las cosas sencillas para amar.

La hierba verde
deseo ver crecer,
fragantes olores de mi ñiñez,
que la felicidad no escape jamás.

La inocencia de mi niña
vivo cada día, mi amada,
y abrazo su inocencia divina
sin dudar.

El sol se escapó
de mi corazón,
amé tanto que
una bola de fuego se formó.

Pinto una sonrisa,
no me olvido se soñar,
vienen tiempos de felicidad.
Voy mas allá de mi frontera.

La magdalena de chocolate. Segunda parte.




La dependienta no les quitaba ojo
esos dos.
Le había llamado la atención el conflicto que se desarrollaba entre ese hombre y esa mujer.
Una complicidad y un jolgorio que acaparaban la atención sin querer.
Veía como la magdalena se quedaba en la mesa sin que ninguno se la comiera.
Y ellos se fueron.
Se encogió de hombros, salió de detrás del mostrador y retiró las cosas de la mesa.
Dejó la magdalena en su plato en un rincón, después la tiraría.
Empezó a colocar platos, vasos, tazas y el resto del menaje para su lavado.
¿Miranda, vienes?
La aludida cargó con todo y desaparece en la cocina.
Allí se quedó, solita.
Eran tres dependientes, a cual con más faena.
Era una cafetería muy concurrida y pasaban muchas vidas.
Agustín siempre va acelerado, es un no parar, un no pensar y uno preguntar, ve la magdalena y, creyendo que está reservada, la coge, la pone en una caja de cake y la mete en una bolsa de papel de un pedido.
Confusiones...
La mano con un caro reloj en la muñeca, cogió distraído la bolsa, y sin dejar de mirar el móvil, sale con prisas.
Oye, no te pongas así, voy con retraso pero en veinte minutos llego.
Al otro lado del teléfono, la chica se desesperaba.
Siempre vienes tarde. Y luego te quejas de mí. Anda que tú...
Si, nena, soy un distraído, lo siento. Voy a coger el coche y nos vemos.
Cortó la comunicación y haciendo malabarismo entre el móvil, las llaves y la bolsa, se introdujo en el coche aparcado en las inmediaciones.
Condujo despacio, mucho tráfico. Y el autobús, como siempre, se atraviesa por delante. Una mujer lo miró, iba en la parte de atrás.
Llegó a su destino y dió dos vueltas antes de encontrar aparcamiento, siempre es igual.
Cogió la bolsa, dejó el móvil oculto en el coche, salió, cerró y fue canturreando hasta la playa.
Allí estaba, magnífica, como siempre. Lina...
Ella lo vio venir.
Por fin!
Se dieron un gran abrazo entre risas.
Ya he llegado, lo importante es llegar.
Me tienes aquí una hora.
Sí, ya..., carraspea.
¿Vamos a sentarnos?
Sí.
Él la coge con delicadeza del codo y caminando despacio, miran el paisaje marino.
Era un día soleado con grandes nubes abullonadas y blancas a un lado del cielo.
Siendo otoño, se sentaron en un banco al sol, una brisa refrescaba el ambiente.
Mira lo que te traigo.
Martin, no tenías que haberte molestado, le dijo cogiendo la bolsa y mirando en su interior.
Sacó dos cafés, dos croissants, y la cajita.
Él alzó las cejas con cara de asombro.
¿Qué es?
No lo sé.
¿No lo sabes? Lo has comprado tú.
Si, pero eso no.
Ambos miraban cuando ella abrió la caja y vieron la magdalena.
¡Una magdalena de chocolate! ¡Son mis favoritas! ¿Cómo lo has sabido?
No lo sabía, habrá sido un ángel jajajaja.
Ella lo mira sonriente, cerró la cajita.
La dejaré para después.
Dieron cuenta del tardío desayuno, y charlaban.
Ella recordó que hacía seis meses que salían. Nunca había estado con nadie como él. Era cariñoso, detallista... esa clase de hombre que hace sentir bien a una mujer.
Recordó que tardó una semana en  besarla, y porque se lo pidió ella.
Bésame... Le dijo quedamente una noche paseando por la orilla del mar.
Todavía no sabía todo de él, ni tan siquiera si la quería.
Al poco habían hecho el amor y desde entonces, salían juntos, sin necesidad de compromisos.
Nunca habían hablado nada de ser novios, en un silencio tácito, quedaban y ya.
Era una situación que la desconcertaba.
Todos los anteriores, sino era por una cosa era por otra, fueron con ella brutos, celosos y controladores.
En cambio, Martín era así, seguro, divertido, con las cosas claras, amable, la hacía reír y sobre todo, la hacía sentirse muy valorada.
Pero no llegaba a sus más íntimos pensamientos.
Notaba en su pecho la necesidad de saber, de por dónde iban las huellas de los dos.
¿Martín, puedo hablar contigo?
Le miró de reojo y notó que el se puso algo tenso.
Dime, Lina.
Ambos miraban el paisaje y una extraña tirantez se hizo en el ambiente.
Evitaban mirarse, como si supieran de que iban a hablar.
Él la había notado algo más seria el último mes.
Lo miraba con una intensidad que le ponía los pelos de punta, y cuando hacían el amor, el cuerpo de ella se movía de otra  manera, con otros sentimientos.
Sé que a lo mejor no quieres hablar. Ya llevamos seis meses saliendo, y aunque, nunca lo hemos hablado, me gustaría saber.
Notó que su cara se encendía como el fuego, su corazón latía deprisa, y en su nerviosismo, cogió la cajita con la magdalena y empezó a jugar con ella.
Él no tenía prisa por responder. Meditaba, o eso era lo que él creía. Nunca estaba seguro de sus sentimientos con una mujer, detestaba pensar en esas situaciones. Siempre querían más.
Dime, ¿me quieres? Su voz sonó ronca.
Ella se sintió peor que fatal, se sentía como una niña pequeña, que si no respondía correctamente, la castigarían.
Te quiero. Y gruesas lágrimas empezaron a rodar por su rostro.
Él la miraba. Serio, sopensando sus palabras, sintiendo que sus palabras eran sinceras.
Una de sus manos cogió una de ella, la caja con la magdalena se quedó atrapada en el regazo de ella.
Lina, no soy hombre a enamorarme. Me gustas, mucho. Y no quiero hacerte daño. He de confesarte que no soy hombre de una sola mujer, además, me gusta mi vida, me gusta mi vida así. Salid los dos, amarnos a nuestra manera, ser más que amigos. Ahora ni mi corazón ni mi mente me pide tener un compromiso, pero si una compañía.
Ella no podía parar esas ardientes lágrimas que caían sin el menor control por parte de ella.
Le dolía sus palabras, pero estaba aliviaba.
Martín se acercó mas a ella y le pasó un brazo por sus hombros.
Poco a poco, llegaba el temprano atardecer.
El sol ya descendía por el oeste, por detrás de las montañas, quedaba un buen rato, y sin preguntárselo mutuamente, sabían que se quedarían allí hasta caer la noche.
Cuando pudo remitir las lágrimas, Lina, se dió cuenta del bollo olvidado en su caja y en sus piernas.
Habían visto gaviotas afanadas en la búsqueda de comida antes del ocaso.
Ella se levantó, saco la magdalena de chocolate, y a trozos se las lanzó. Éstas ávidas aves no dudaron en caer suavemente en un planeo elegante, coger los pedazos de la magdalena y volver a alzar el vuelo con vigorosos aleteos de sus grandes alas.
Ella se las quedó mirando hasta que se perdieron en el cielo que se volvía de fuego, se giró sonriendo, él le devolvió la sonrisa.
Quién sabe, pensó ella. Tal vez una nueva vida le haga amar de verdad.
Y mientras caminaba hacía él, puso una mano en su vientre.

viernes, 14 de julio de 2017

Quiero y no quiero.

No quisiera esperar a otra vida,
para ver las luciérnagas brillar.
No quiero ser un cuento,
y vivir de él.
Quiero ser una historia
donde se plasma la realidad
y los colores.
No quiero ser un tiempo
donde el reloj sea mi amo.
Quiero ser una eternidad
que nunca se acabe de vivir.
No quiero ser un sueño
estúpido e irrealizable.
Quiero ser una realidad,
pisar con mis pies la tierra
y tener la cabeza en el aire.


Insomnio.

Siempre habrá
nuevas noches
para inventar
nuevos sueños,
para mirar cada
trozo de mi alma.
La calma se cuela
por los poros,
y el silencio me susurra
un te quiero.
La noche llega
y me secuestra
en su regazo.
Me dirá sus secretos,
y en lo mas profundamente
de sus delirios,
nanas inefables
me acariciarán durmiendo.
La luz de las farolas
invade mi habitación,
forzándola a alejar
el negro de las pesadillas
de mi mente.
Pinta las paredes
de ese naranja
que quema los ojos
y se hace pesado
contemplar horas y horas.
No aporta claridad,
sino mas misterio
del misterio mismo.
No olvides cerrar
la puerta de mi sueño,
le digo a la sombra
que habita en mi cabeza.
Puerta infinita a mares
hechos de arena,
donde bañarse
a la luz de una luna,
puede ser lo más
placentero de una vida.
Se forjan latidos a quemarropa,
calor extremo,
que perturba
las sienes y la razón.
Caos infernal
de enamoramientos,
que tienen alas quebradizas
por un hambre insaciable
de cuerpos.
Me hierve la poesía
bajo la piel,
las palabras son tatuajes
que se extienden
como cicatrices de heridas,
hechas en la guerra
de tus manos.
Hay sonrisas
que hacen eco en el aire,
creando volutas cosquilleantes
en mi cara,
en mi máscara.
Cuidado de esas almas
puestas en mis manos,
seres inconsistentes,
espejismos calenturientos.
Cuidado con desatar
tormentas en mi labios,
que se conviertan
en huracanes incontrolables
de violencia emocional.
Esta desazón
que dejan tus palabras
las guardo en el baúl
de mi corazón.
En mis sábanas mojadas
duermen mi te quieros,
un adiós y un portazo funesto.

miércoles, 12 de julio de 2017

Amada, Amado.

Y dice la amada.
Amado, me besas sin labios.
Me miras sin ojos.
Palpita tu corazón
y no lo oigo.
Intento buscar
tu perfume de hombre
y no tengo piel
para comprobar tu esencia.
Estas aquí
y tu presencia
me es invisible
a mis ojos mortales.
Eres y no eres.
Hablas y no escucho.
Leo y solo veo
una máquina
que ni siente ni padece.
Amado,
estás pero en mi mente
no en mis adentros...
Necesito unos brazos,
un susurro en mis oídos.
No se llegar con el cuerpo.
La imaginación
puede ser poderosa,
pero mi yo grita:
"Es mentira, estás sola!"
Sábanas no compartidas,
amaneceres no vistos
en una habitación en penumbra.
Ese es mi grito en el silencio.

La Paloma.

Y el amor se poso en su ventana en forma de paloma.
Su gorgoteo gutural, y sus ojos como perlas negras la cautivo desde el primer momento.
Sus plumas niveas, brillante como nieve recién caída, le daba una textura aterciopelada.
Ella se acerco y la paloma no huyó, con su arrullo la animaba a acariciarla.
Ella alargo su mano y sintió la seda de su plumaje, el hechizo de su canto y las chispitas de sus ojos.
La cogió, delicadamente entre sus manos, notando el liviano cuerpo y el latido rápido de su pequeño corazón.
La paloma no hizo nada para soltarse, se quedó allí, acomodada, confiada.
Esos ojitos solo la miraban, le preguntaban por su soledad.
Ella empezó a llorar por ese amor que no llegaba, que la vida le negaba tan obstinadamente.
Se sentó en su mercedora junto a la ventana, puso la paloma en su regazo y la acariciaba sin descanso.
En algún momento se quedó dormida, y al despertar el ave ya no estaba.
Se quedó pensativa, ¿cómo un animal puede ser tan dócil y amar así, a una desconocida?
Ni tan siquiera, un ser humano es tan sensible y tan dispuesto a amar desinteresadamente.
Y se quedó allí, en su mecedora, viendo el atardecer, luego las estrellas y al amanecer, supo que el amor no se desea, el amor no se busca, el amor solo va a uno si se es capaz de abrir el corazón al extraño.
Ser paloma suave y dulce.

martes, 11 de julio de 2017

Ahora no estoy.

Ahora no estoy.
Se acabó muchas cosas.
Jugar por jugar no se puede.
No merezco tanta espera,
tantas dilaciones,
ni tantas preocupaciones.
Nací para ser feliz.
Ahora lloras tú.
No hay vuelta atrás,
la decisión tomada,
dolorosa y punzante.
Todo lo di por ti
y me quede esperando
una hombría que nunca apareció.
Me hiciste daño.
Muchos perdones
y siempre los mismos errores.
Vuelvo a sonreír,
vuelvo a dormir.
Las pesadillas pasaron
y los sueños dulces
regresaron a mis noches.
Tengo ganas de volar,
de amar,
de reconstruir
un corazón roto
por un amor
que nunca se dió.
Quiero un mundo
lleno de sol y música.
Ya sé que la vida no es fácil,
pero junto a ti era peor.
Espero que comprendas
que irme fue lo mejor.
Nunca te van a querer como yo.

domingo, 9 de julio de 2017

La Pasión.

Anoche me desperté de madrugada
Una sensación recorría mi cuerpo.
Sería la calor, estaba empapada en sudor.
No llevaba nada, y ya que entraba una brisa fresca, me puse una camiseta de tirantes de él.
Son grandes y me cubren como sus abrazos.
Huelen a suavizante y a su colonia.
Así salgo a la terraza y me recuesto en una gran hamaca azul.
Cierro los ojos y la brisa empieza a atenuar el calor de mi cuerpo.
La somnolencia acude rauda y deseo dormir tan frescamente.
Apenas un hilo de consciencia hace que no caiga definitivamente en el dulce sueño.
Mi cabeza empieza a pensar que estoy sola.
Mis manos acaban pronto con los límites de la hamaca y le echo de menos.
Al final, abro los ojos y contemplo el cielo.
No hay estrellas, está nublado, por eso el bochorno.
Las cigarras no paran de cantar, y lejanos ladridos, tañen la noche con su quejumbrosas voces.
Siento la humedad pegajosa en mi piel, la sequedad de mis labios que hace que pase mi lengua por ellos, humedeciéndolos suavemente.
La brisa cosquillea mi piel como miles de caricias.
Y una inefable sensación empieza por entre mis piernas, recorriendo mis entrañas, posándose en mis pechos haciendo que mis pezones se pongan duros y grandes.
Me gusta acariciarlos, son tan sensibles y placenteros.
En mi mente comienza imagenes de placeres, y mi cuerpo se humedece sin tener ya control sobre él.
Necesito otras manos, otros labios que alivie este intenso palpitar de mi corazón y de mi sexo.
Me levanto hacía la habitación, y por el camino me quito la camiseta, dejando todo mi cuerpo al descubierto.
Entro en la habitación y le miro con pasión, con codicia.
Está boca abajo, plácidamente dormido ajeno a mi hirviente instinto.
Subo a la cama, encima de él, y le comienzo a besar el final de la espalda, mis labios se recrean en su piel con besos largos, con mi lengua lamiéndole poco a poco.
Mis pechos ya han contactado con su espalda y siento que él comienza a despertar.
Sigo subiendo, haciendo cada caricia intensa, que mis labios impregne de amor y sensualidad en cada centímetro de su piel.
Noto sus músculos tensándose, estremeciéndose.
Algún gemido ya sale de su boca, y su sexo ya está duro.
Llego a su nuca, donde mi aliento le hace gemir, con mi cuerpo encima del suyo, no permito que tome el control.
Es mío.
No hay palabras, solo respiraciones y gemidos.
Me apropio de un lóbulo suyo, el cual es capturado por mis labios, succionándolo
Él ya no puede más, y con un giro apresurado, hace que caiga a su lado.
Nos miramos, veo en sus ojos brillantes, el deseo.
Nos besamos, largos, profundos, devorándonos, guiándo nuestras lenguas hasta lo mas profundo de nuestro ser.
Nuestras manos van acariciando el cuerpo del otro.
No importa mirar, ellas saben donde tocar, donde apretar, donde estar.
Noto su mano grande en mi clítoris tocando la pequeña protuberancia dura como la suya.
Mi cuerpo empieza a estremecerse, a pedir más, mientras mis caderas empiezan un baile rítmico que ya sabe los pasos.
Mi mano, abraza el contorno de su miembro, que alcanza su máxima dureza y grosor. Voy arriba y abajo, buscando con las yemas de mis dedos, cada pliegue, cada surco para darle placer.
No lo dudo.
Me deshago de su boca para besar con avaricia esa piel suave y tensa.
Las delicias estallan en mi boca y en mi mente, su placer me pertenece.
Mi lengua saborea sus contornos mientras está dentro de mis labios, humedezco con mi saliva esa piel delicada, que aunque es su placer también es el mío
Lo oigo jadear, acariciando mi pelo, pidiendo que siga, que goza.
Y yo sigo sin ningún pudor.
Después de unos minutos, me incorporo y nos miramos, ha llegado el momento.
Paso una pierna sobre él, cojo su erección y, sin dejar de mirarlo, hago en entre en mí.
Lo noto en la entrada oscura y húmeda. Hay una resistencia que con un golpe de mis caderas, hace que entre fuerte y decidido, arrancando notas altas de gemidos y suspiros.
Comienzo el baile del amor acompasado de sus manos en mis glúteos, marcando el frenesí interno de los dos.
Ya no hay ni día ni noche, ni mundo ni entorno.
Nuestra mente solo está en sentir, en la niebla del contacto electrizante del otro.
Él se incorpora, sin dejar de moverse, para hundir su cara en mis pechos y su lengua ensarta mis pezones.
La locura se apodera de mi razón, solo soy placer en estado puro mientras grito con los ojos cerrados dejándome arrastrar al pozo de la lujuria.
La calor y la humedad hace que brote la sudor de nuestros cuerpos, sintiéndonos resbaladizo en el amor.
Lubricados en cuerpo y mente, deseando la fusión perfecta.
Nuestro ritmo se acelera, las respiraciones se hacen rápidas, la ola crece en mí y siento la suya.
No hay vuelta atrás.
Ya llega! Grito sintiendo los espamos internos del éxtasis, el orgasmo vital que me recorre por dentro y gimo de satisfacción.
Él sigue, haciendo crecer oleadas de placer que rompen en mi vientre.
Y llega la suya.
Siento como se estremece y un calor húmedo se irradia dentro de mí.
Me aferra con fuerza, estamos al borde del desmayo.
Caemos a un lado, todavía abrazados, todavía unidos, sin hablar, recuperando la respiración y la vida que casi se nos escapa.
Abro los ojos y le veo.
Su pelo empapado, las gotas de sudor surcando su cara y su cuerpo, así también está el mío.
Abre los ojos y sonríe. No deshace el abrazo.
Volvemos a besarnos, ahora con ternura, son besos desgastados.
Deshacemos el nudo de los cuerpos, él se va al baño y yo me quedo respirando el aire viciado.

sábado, 8 de julio de 2017

Luna blanca

Luna,
tan infinita en mi pulso,
en mis latidos y en mis venas.
Luna,
tan ausente en mi vida,
como amores en mi corazón.
Luna,
ya no te quiero aquí,
te quiero feliz y olvidada.
Luna,
inventa un principio
e imagina el final conmigo.
Luna,
eres plata desparramada,
creando surcos en mi piel.
Luna,
vestida de nubes oscuras,
que ocultan tu desnudez.
Luna,
escribe en la pizarra del cielo,
palabras que me hagan temblar.
Luna,
llora cuando mi sombra te alcance, porque tu luz me hará brillar.
Luna,
quiéreme aunque no me entiendas,
cuando parezca que la locura me posea.
Luna,
cierra los ojos,
ven conmigo a una playa donde mueren las olas,
y dejan la espuma blanca,
las almas de los que te invocan.

miércoles, 5 de julio de 2017

Tú nunca vuelves.

Cuantas veces he llorado en mi almohada blanca.
Cuántas veces he soñado con la piel mojada.
He sentido el vacío de tu ausencia,
la presencia de tu recuerdo.

Cuantas veces he bebido de tus labios imaginarios.
Cuantas veces he escuchado nuestra canción en la radio.
Y las fotografías colgadas en la pared
me hablan de momentos pasados.

Cuantas veces he gritado tu nombre en la inmensidad del cielo.
Cuantas veces he dicho un te quiero solitario.
Nada es el todo sin ti,
me he acostumbro a dibujarte en mi mente.

Cuántas veces las horas se detienen sin desearlo.
Cuántas veces llueve lágrimas en mis días grises.
A la espera de tu vuelta y de tu alegría.
Pero si soy sincera, tú nunca vuelves.

martes, 4 de julio de 2017

En tu pelo.

Estoy esperando tu llegada.
Ya hace un rato que vine.
Me duché, sintiendo la refrescante humedad en mi cálido cuerpo.
Apenas me vestí.
Ropa interior y una camiseta, que por cierto es tuya, con el logo: "Quiéreme más!"
Sabes que me gusta, que me hace parte de ti, que si me molesta me hago el nudo en el ombligo que tanto te estresa deshacerlo.
Preparo tu llegada.
Tú música, tu refresco y pido al chino de la esquina nuestros platos favoritos.
Hoy el cansancio me abruma y no cocino.
Pienso en el vino blanco de la nevera, ese que hace burbujitas que me cosquillean en la boca, lo adoro.
Es como tú, suave, refrescante, picante... Jajajaja y la risa me sale sola.
Ya son las ocho de la tarde y voy a abrir las ventanas.
No solo ya refresca, sino que el jolgorio callejero aumenta.
Hay que aprovechar las terracitas y las cañas con sus tapas.
Me quedo mirando la calle curiosa.
Coches, gente, niños y perros en un incesante ir y venir.
Algo capta mi atención, eres tú.
Reconocería ese andar entre mil.
Algo chulesco, intentando atraer las miradas femeninas.
Ya sabes que no soy celosa, pero si rencorosa. ¿No es una contradicción?
Grito tu nombre y varias caras miran hacia arriba pensando que estoy loca, que ya hay móviles.
Pero ver tu sonrisa desde arriba, no tiene precio.
Levanto la mano para saludarte y mandarte un beso con las puntas de mis dedos.
Cinco años ya y mi corazón no deja de latir rápido cada vez que te veo.
Somos novios eternos.
Entro y espero con ansia tras la puerta, ya llevo dos vinos y las burbujas hace que flote un poco.
Siento el ascensor y cuando metes la llave, ¡sorpresa! te abro yo.
Nos reímos y nos abrazamos, nos damos un largo beso.
Tus cosas dejadas en el suelo y te acerco al cielo.
No aprietes tanto, me quejo.
Tu abrazo de oso me parte entera.
Corriendo vas al aseo, y yo voy preparando el ágape culinario hecho.
Tú sales, con ese flequillo mojado y goteando, solo con un short ligero.
Vamos, que la cena puede cambiarse por un magreo.
Me río, y tus ojos negros me interrogan prestos.
Ve la botella de vino y ya sabes cómo me siento.
Ven aquí, lanzas tu ruego.
Presta no dudo en alzar mis brazos y conseguir tus deseos.
Mis dedos enredados en tu pelo, escriben notas de amor entrelazandolas, haciendo bucles de pasiones y anhelos.

La Flor.


Éste día especial
Dios regaló una flor original.
Tallo erguido y soberbio,
hojas verdes y sabrosas.
Un cáliz que invita a beber,
y unos pétalos de soñar.
Color pastel, acuarela aguada,
color indefinido
que invita a saborear.
Textura de terciopelo,
suave al tocar.
Perfume sublime
que hechiza al momento.
Deseo llevarla conmigo,
prendida del pelo,
que vea el mundo
la maravilla que poseo.
Ella grita,
¡Detente!
No me arranques,
te lo ruego.
Ella ya casi cogía el tallo, sorprendida de la vocecilla
y del camelo.
Yo te quiero para mí,
dijo la joven llorando.
Quiero que mi amado
me vea bella
y pida mi mano.
Tu felicidad es mi muerte,
más yo quiero vivir,
que para eso nací.
Dios me creó
para disfrute del cielo.
La joven dudaba,
su corazón ansiaba
la bella flor engalanada.
Y allí se quedaron las dos,
mirando sus miradas,
llegó el amado
y se juntó con su amada.
¿Qué haces aquí, bella mía?
Ando buscando tu cara.
Deseo esa flor
para agradarte el corazón
y el alma.
El joven miro la pequeña beldad,
sin par entre todas las demás.
Vio sus pequeñas
lágrimas de néctar resbalar.
No quiero morir
mientras vosotros vivís.
Podéis venir a contemplarme
y veros al instante.
Ellos callaron,
y al final se miraron.
No importa que talles la flor,
eres tan hermosa,
así te quiero yo.
Los dos enamorados
entrelazaron sus manos
y la flor suspiró.

Estoy.

Me quedo mirándome en el espejo.
Es uno de cuerpo entero.
Voy vestido con un pantalón y la camisa medio desabrochada.
La mitad del faldón de ésta, está salida, caía, dejada...
Voy descalzo, siento las pequeñas rugosidades del parquet en las plantas de mis pies.
Mis brazos cuelgan inertes, desganados, tal vez muertos.
Mi cara es una máscara sin vida, porque tú no estás.
Ésta mañana te he enterrado, hundida en la tierra porosa, en la herida abierta al cielo.
Hoy ha habido dos entierros, en el cementerio y en mi corazón.
Miro al espejo y me veo sin ver.
Cuántas veces estaba aquí y tú me rodeaban con tus brazos por detrás, notando tus pechos en mi espalda, tus brazos rodeándome y tu perfume embriagándome.
Pero no te veo, no te siento.
Estoy sin dolor y sin lágrimas.
Estoy sin estar.
Estoy solo yo, y tú no.
Aún veo tu ataúd, casi deseaba tumbarme encima y dormir contigo.
Y ese ruido deslizante de la tierra echada mecánicamente por los peones del cementerio.
¿Que veo? ¿Que espero?
Y me acerco a aquel que me mira, que es un yo doblado.
Miro sus ojos y están muertos.
Pongo una mano a cada lado del reflejo.
Dos mitades, y apoyando la cabeza, deseo que seamos solo uno.
Solo estás en mi mente, en mi corazón y en mi pulso.
Sube la rabia incapaz de contenerla, y mi mano derecha convertida en un puño, se incrusta de un seco golpe en ese espejo que me dice:
¡Estás vivo!
Miles de fragmentos salen despedidos, y en la grieta de araña, fluye la sangre roja de la desesperación.
Dos gotas gruesas de agua sal, se escurre de mis ojos.
No hay vuelta atrás.
Tú mueres, yo vivo.
Y como acordamos, mañana despertaré con el sol.

Vencer al amor.

Y vienes y mi mundo pones patas arriba.
Eres el delirio de mis días y el deseo de mis noches.
Amor inalcanzable, amor imposible.
Rompo lo cotidiano con tu mirada grabada en mi piel.
Eres unas palabras, eres una imagen en mi mente que se ha apropiado de mi corazón.
Vencer al amor.
No me queda otra.
Vencer al amor.
Ya no hay día que no piense en ti.
Vencer al amor.
Porque ya no soy yo.
Vencer al amor.
Pues te has convertido en mi desvelo día y noche.
Tus suspiros me matan, y tu lejanía me clava en el aire que respiro.
Eres el pensamiento que no deseo olvidar, la sonrisa que solo quiero para mí.
Bebo cada día del manantial de la esperanza de tenerte en mi brazos.
Amor imposible, amor a vencer.
Amor a arrancar de mi ser.

domingo, 2 de julio de 2017

La magdalena de chocolate.

Voy en el autobús de vuelta casa.
Está todo lleno de gente y no me importa.
Milagrosamente, he conseguido un sitio al final del vehículo, mejor, como no me bajo hasta la última parada, ni me molestan ni molesto.
Era un milagro haberlo encontrado.
Normalmente siempre está lleno, nadie quiere ir de pie y encontrar uno desocupado es misión imposible.
Así me da tiempo a recordar lo que hace que tenga esta sonrisa, que no se me irá durante días.
Soy una mujer más bien normal, no muy guapa y ni siquiera visto bien.
Andaba paseando por las calles más concurridas de la ciudad.
Gustaba en el otoño, pasear tranquilamente y sin prisas.
La niña en el cole y una dándose el gustazo de la paz.
Me había levantado muy temprano, casi las siete, y puestos los pies en el suelo, ya todo me impide ocuparme un poco de mi.
Las tareas de casa y de familia son interminables, de día y casi de noche, y entre lavadoras y desayunos, preparar mochila y niña, apenas me queda unos minutos para ponerme la ropa, la que pillo, verificar el contenido de mi bolso y salir con la cría a la parada del autocar escolar.
Besos y un te quiero en la despedida, y comienza la mañana que me impongo cada semana de relax.
Cómo iba diciendo, paseando el estómago rugía protestando por tenerlo olvidado y obligado a un ayuno espartano.
No me falta cuerpo, me sobra algo pero eso de dar un concierto no era lo mío.
Y voy pensando que es lo que voy a desayunar, casi ya comer.
Y voy mirando escaparates y precios.
De repente una hermosa magdalena de chocolate me llama la atención.
No solo sus gruesos trozos de chocolate que se veían por encima de la masa horneada.
Es que estaba allí, sola, en la inmensidad de otros dulces, huérfana que nadie había querido paladear.
Note a mi derecha una presencia masculina, pero no le di importancia. Tanta gente...
A quién le toca, dijo una joven dependienta con una agradable sonrisa.
A mi!, contestamos los dos.
Yo me giré para mirarlo y él me miraba.
Yo llegué antes.
Yo estaba mirando para ver lo que había.
La chica miraba, en silencio, sin tomar partido por ninguno de los dos.
Él extraño, con su suspiro, me dió la vez.
Pedí un café con leche descafeinado  de máquina, que digo siempre de carrerilla y casi sin respirar, y me pones esa magdalena de chocolate que está ahí tan sola.
El hombre, al sentir mis palabras preguntó:
Tienen más?
Ya no nos quedan más. Hoy las hemos agotado muy rápidamente.
Una punzada de caridad empezó a clavárseme en el corazón y casi claudiqué ante su cara con expresión lastimera.
Siempre desayuno esa magdalena, día tras día.
No sabía si se lo decía a la chica o a mí.
Durante unos minutos sopesé la situación, podría conformarme con cualquier suculenta bollería, pero me negaba a ceder.
Me trajeron lo mío, pagué y busqué una mesa para dar cuenta de mi desayuno.
Él no se que pediría, vino con otra taza de café con leche.
Puedo sentarme?
Me puse a pensar, no me gustaba este tipo de encuentros con desconocidos, más bien era la primera vez que me lo proponían.
Si, claro. Puse mi voz más educada, pero mi mente decía: ya me estás jorobando.
Aunque no podía quejarme, atractivo sin llegar a ser guapo.
Con esos ojos negros y esas canas interesantísimas.
Vamos, mi tipo.
Pero ese día no tenía muchas ganas de conversación ni de conocer a nadie.
Y luego estaba el problema de la magdalena, ya que él solo llevaba su bebida.
Me di cuenta de que la miraba a hurtadillas.
Él y yo. Yo y el.
Y la dichosa magdalena allí en medio.
¿La quieres?, Pregunto más por picar que por claudicar.
Él me miraba.
No, no. Es tuya, la has pagado tú.
La situación no podía ser más cómica.
Dos adultos peleando por un bollo con chocolate como dos niños.
¿No te la comes?, pregunta curioso.
Me estás mirando. Ni tan siquiera se tu nombre.
Ay... Perdona. Fernando es mi nombre.
Yo me llamo María.
Ya no supe que decir.
La situación me incomodaba, me enfadaba. A la porra mi tranquila mañana!
Y él tampoco tenía conversación.
Durante interminables minutos nos dedicamos a beber nuestras bebidas, dejando allí esa cosa que ya no me apetecía comer.
No eres muy hablador, comenté con un poco de sorna.
Él me miraba con cara indefinida, y con los ojos un poco culpables.
Jajajaja, de repente se echa a reír y yo pongo una cara de no saber comprender.
Ya me contarás el chiste.
Es por la situación, es muy cómica.
Si, ya. Me has chafado el desayuno y la mañana.
Lo siento, no era mi intención. Además, por lo menos estoy hablando con una mujer guapa.
Yo, ante esas palabras, miro a mi derecha y a mi izquierda.
No veo esa mujer guapa.
La tengo delante de mí.

¿Estás ligándome?
Puede...
Y todo por una magdalena. Muy original.
Hay que serlo, jajajaja.
Maldita sea. Se reía y cada vez me gustaba más.
Pues ya no me interesa, y le acerco el platito con la inocente magdalena.
A mi tampoco, te invito a una caña y una tapa y pasamos de estas ñoñerías.
Pagarás tú, dije con todo mi morro y mi cara de inocencia.
Hecho!
Nos levantamos y allí se quedó, solitaria magdalena en medio de la mesa y de las tazas vacías.

Una estrella cayó.

Se pasó todo el día llorando.
Su amor la dejó.
Sintiendo el peso del dolor,
su alma se arrugó.
Lágrimas y lágrimas lloró,
parecía que el cielo se rompió.
Sintió un deseo de caminar,
paso a paso,
su sendero dibujó.
Llegó a la orilla del mar
y allí se inclinó.
Paso las horas en silencio,
sola y muda,
ya contempló
el cielo que oscurecía
y su oración cantó.
Tanto habló
que el sopor la envolvió.
Paso horas y horas,
y tal vez, alguien la oyó.
Una estrella cayó del cielo
para alumbrar a la solitaria
que en una playa se sentó,
creyendo en los milagros,
se durmió.
La estrella con su luz la curó,
ya no sufriría mal de amor.
Y al despertar su mundo,
la estrella iluminó haciendo desaparecer las tinieblas
en un plis plas su alma cambió.
Amanece radiante y de color.
Ella despertó como en una ensoñación.
Miró a su alrededor
y vio que la belleza
y el amor está en su interior.