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lunes, 24 de julio de 2017

Los Cipreses. Segunda parte.


El puso la pata de cabra a su moto, (no sé a quien se le ocurrió ese nombre), y se bajó de ella teniendo cuidado de su estabilidad.
Me dió la espalda y buscó en el pequeño maletero trasero se la moto, sacando una botella grande de agua.
Se puso delante mía, yo apenas podía alzar la mirada, solo veía sus botas de gruesa suela y algo de los vaqueros azules.
Bebe.
Fue su única palabra y me tiró la botella.
Aparté la cara, por si acaso me daba, y ésta cayó estrepitosamente al suelo, haciendo que su contenido se agitara.
Tanto eran mis temblores que no podía despegar los brazos de mi cuerpo, pero la intensidad de mi sed era superior, incluso a mi miedo.
Cogí la botella y casi ni la podía abrir, al final pude beber unos sorbos que me aliviaron la calor y los temblores.
No dejaba de estar atenta.
No se había movido para nada, ni un centímetro, solo oía su ligera respiración y sentía su mirada sobre mí.
Vaya mierda que te has metido, nena.
No me he metido nada.
Apenas oía mi propia voz, era un susurro ininteligible.
Pues lo pareces, nena.
Alce la cabeza con esfuerzo y le mire a la cara.
Estaba a contraluz, todo oscuro, pero seguía viendo esos ojos.
No soy tu nena.
Te llamo nena porque no sé tu nombre ni que coño haces aquí, en éste páramo. No hay nada en muchos kilómetros. Por aquí no pasa ni dios.
Tú si.
Vaya, tienes la lengua larga.
Empecé a temblar otra vez.
No por lo vivido, sino por ese hombre.
Sentía que no era una buena persona, era un ser oscuro.
Seguí allí tirada como un desperdicio, sin reaccionar, en ese sitio desolado con solamente esos árboles por testigos.
No se oía nada, ni el piar de los pájaros.
Estaba asustada como nunca lo había estado en mi vida, mi corazón latía muy deprisa, sudaba a mares y la adrenalina no paraba de fluir por mis venas.
Miedo puro y duro a ese desconocido, a la muerte.
Una muerte violenta y dolorosa.
Vi que flexionaba una rodilla y se agachó para verme la cara.
Lo tenía a unos pocos centímetros de mí. Me sentía acorralada.
Y que vas a hacer, nena? Te quedas o te llevo a algún lado?
No se que era peor, el cinismo de su voz o esa mezcla de guasa y superioridad con notas de lascivia en su mirada verde.
Ojalá pudiese quedarme.
Ojalá tuviese mi móvil para llamar a alguien.
Ojalá pudiera salir corriendo.
Pero no tenía ninguna otra opción.
Era él o era morirme allí mismo.

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