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domingo, 16 de julio de 2017

La magdalena de chocolate. Segunda parte.




La dependienta no les quitaba ojo
esos dos.
Le había llamado la atención el conflicto que se desarrollaba entre ese hombre y esa mujer.
Una complicidad y un jolgorio que acaparaban la atención sin querer.
Veía como la magdalena se quedaba en la mesa sin que ninguno se la comiera.
Y ellos se fueron.
Se encogió de hombros, salió de detrás del mostrador y retiró las cosas de la mesa.
Dejó la magdalena en su plato en un rincón, después la tiraría.
Empezó a colocar platos, vasos, tazas y el resto del menaje para su lavado.
¿Miranda, vienes?
La aludida cargó con todo y desaparece en la cocina.
Allí se quedó, solita.
Eran tres dependientes, a cual con más faena.
Era una cafetería muy concurrida y pasaban muchas vidas.
Agustín siempre va acelerado, es un no parar, un no pensar y uno preguntar, ve la magdalena y, creyendo que está reservada, la coge, la pone en una caja de cake y la mete en una bolsa de papel de un pedido.
Confusiones...
La mano con un caro reloj en la muñeca, cogió distraído la bolsa, y sin dejar de mirar el móvil, sale con prisas.
Oye, no te pongas así, voy con retraso pero en veinte minutos llego.
Al otro lado del teléfono, la chica se desesperaba.
Siempre vienes tarde. Y luego te quejas de mí. Anda que tú...
Si, nena, soy un distraído, lo siento. Voy a coger el coche y nos vemos.
Cortó la comunicación y haciendo malabarismo entre el móvil, las llaves y la bolsa, se introdujo en el coche aparcado en las inmediaciones.
Condujo despacio, mucho tráfico. Y el autobús, como siempre, se atraviesa por delante. Una mujer lo miró, iba en la parte de atrás.
Llegó a su destino y dió dos vueltas antes de encontrar aparcamiento, siempre es igual.
Cogió la bolsa, dejó el móvil oculto en el coche, salió, cerró y fue canturreando hasta la playa.
Allí estaba, magnífica, como siempre. Lina...
Ella lo vio venir.
Por fin!
Se dieron un gran abrazo entre risas.
Ya he llegado, lo importante es llegar.
Me tienes aquí una hora.
Sí, ya..., carraspea.
¿Vamos a sentarnos?
Sí.
Él la coge con delicadeza del codo y caminando despacio, miran el paisaje marino.
Era un día soleado con grandes nubes abullonadas y blancas a un lado del cielo.
Siendo otoño, se sentaron en un banco al sol, una brisa refrescaba el ambiente.
Mira lo que te traigo.
Martin, no tenías que haberte molestado, le dijo cogiendo la bolsa y mirando en su interior.
Sacó dos cafés, dos croissants, y la cajita.
Él alzó las cejas con cara de asombro.
¿Qué es?
No lo sé.
¿No lo sabes? Lo has comprado tú.
Si, pero eso no.
Ambos miraban cuando ella abrió la caja y vieron la magdalena.
¡Una magdalena de chocolate! ¡Son mis favoritas! ¿Cómo lo has sabido?
No lo sabía, habrá sido un ángel jajajaja.
Ella lo mira sonriente, cerró la cajita.
La dejaré para después.
Dieron cuenta del tardío desayuno, y charlaban.
Ella recordó que hacía seis meses que salían. Nunca había estado con nadie como él. Era cariñoso, detallista... esa clase de hombre que hace sentir bien a una mujer.
Recordó que tardó una semana en  besarla, y porque se lo pidió ella.
Bésame... Le dijo quedamente una noche paseando por la orilla del mar.
Todavía no sabía todo de él, ni tan siquiera si la quería.
Al poco habían hecho el amor y desde entonces, salían juntos, sin necesidad de compromisos.
Nunca habían hablado nada de ser novios, en un silencio tácito, quedaban y ya.
Era una situación que la desconcertaba.
Todos los anteriores, sino era por una cosa era por otra, fueron con ella brutos, celosos y controladores.
En cambio, Martín era así, seguro, divertido, con las cosas claras, amable, la hacía reír y sobre todo, la hacía sentirse muy valorada.
Pero no llegaba a sus más íntimos pensamientos.
Notaba en su pecho la necesidad de saber, de por dónde iban las huellas de los dos.
¿Martín, puedo hablar contigo?
Le miró de reojo y notó que el se puso algo tenso.
Dime, Lina.
Ambos miraban el paisaje y una extraña tirantez se hizo en el ambiente.
Evitaban mirarse, como si supieran de que iban a hablar.
Él la había notado algo más seria el último mes.
Lo miraba con una intensidad que le ponía los pelos de punta, y cuando hacían el amor, el cuerpo de ella se movía de otra  manera, con otros sentimientos.
Sé que a lo mejor no quieres hablar. Ya llevamos seis meses saliendo, y aunque, nunca lo hemos hablado, me gustaría saber.
Notó que su cara se encendía como el fuego, su corazón latía deprisa, y en su nerviosismo, cogió la cajita con la magdalena y empezó a jugar con ella.
Él no tenía prisa por responder. Meditaba, o eso era lo que él creía. Nunca estaba seguro de sus sentimientos con una mujer, detestaba pensar en esas situaciones. Siempre querían más.
Dime, ¿me quieres? Su voz sonó ronca.
Ella se sintió peor que fatal, se sentía como una niña pequeña, que si no respondía correctamente, la castigarían.
Te quiero. Y gruesas lágrimas empezaron a rodar por su rostro.
Él la miraba. Serio, sopensando sus palabras, sintiendo que sus palabras eran sinceras.
Una de sus manos cogió una de ella, la caja con la magdalena se quedó atrapada en el regazo de ella.
Lina, no soy hombre a enamorarme. Me gustas, mucho. Y no quiero hacerte daño. He de confesarte que no soy hombre de una sola mujer, además, me gusta mi vida, me gusta mi vida así. Salid los dos, amarnos a nuestra manera, ser más que amigos. Ahora ni mi corazón ni mi mente me pide tener un compromiso, pero si una compañía.
Ella no podía parar esas ardientes lágrimas que caían sin el menor control por parte de ella.
Le dolía sus palabras, pero estaba aliviaba.
Martín se acercó mas a ella y le pasó un brazo por sus hombros.
Poco a poco, llegaba el temprano atardecer.
El sol ya descendía por el oeste, por detrás de las montañas, quedaba un buen rato, y sin preguntárselo mutuamente, sabían que se quedarían allí hasta caer la noche.
Cuando pudo remitir las lágrimas, Lina, se dió cuenta del bollo olvidado en su caja y en sus piernas.
Habían visto gaviotas afanadas en la búsqueda de comida antes del ocaso.
Ella se levantó, saco la magdalena de chocolate, y a trozos se las lanzó. Éstas ávidas aves no dudaron en caer suavemente en un planeo elegante, coger los pedazos de la magdalena y volver a alzar el vuelo con vigorosos aleteos de sus grandes alas.
Ella se las quedó mirando hasta que se perdieron en el cielo que se volvía de fuego, se giró sonriendo, él le devolvió la sonrisa.
Quién sabe, pensó ella. Tal vez una nueva vida le haga amar de verdad.
Y mientras caminaba hacía él, puso una mano en su vientre.

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