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domingo, 30 de julio de 2017

Los Cipreses. Cuarta parte.


¿Pasa algo? ¿Temes que te haga algo? Jajajaja
Una rabia convertida en un rubor que me pone la cara roja hace que me den ganas de matarlo.
Ya lo hecho una vez, ¿por qué no otra?
Empiezo a sentir como una niebla cubre mis ojos y la razón se difumina, solo siento furia...
No se que cara pongo, pero el se calla de repente y me mira sin cambiar de postura.
Sigo en silencio y sin moverme.
Vete a duchar, ya perdemos bastante tiempo.
Al fin mis pies se deciden empezar a caminar hacia el fondo.
Estoy más tranquila se que no intentará nada.
El baño es pequeño. Lo justo.
Un lavabo diminuto, el wc y una pequeña bañera.
Me desnudo completamente y veo toda la ropa sucia y rota.
Me miro en el espejo.
Casi me da algo.
Una cara mas que sucia, con las marcas verticales de mis lágrimas.
Y mi pelo, una maraña de mechones, suciedad y polvo.
Y mis ojos.
No son mis ojos.
Apagados, cansados, vejados.
Me meto en la bañera y abro el grifo dejando que el agua me empape.
Siento poco a poco, que el líquido elemento, se va llevando la suciedad y otras cosas hasta el sumidero del olvido.
¡Dios! ¡Que maravillosa sensación!
Ojalá pudiese estar así horas y horas.
De repente oigo un ruido y descorro la cortina de un manotazo.
No hay nadie, no está él.
Mi corazón late otra vez a mil por hora, la adrenalina me hace jadear bajo la ducha.
¡No hay paz!
Empiezo a temblar, cierro el grifo y me siento con las piernas dobladas porque es muy diminuta.
¡Que angustia! ¡Qué soledad!
Me abrazo y descanso la cabeza en mis rodillas.
Necesito un respiro, tranquilidad, recuperarme de estas zozobras.
Cierro los ojos y me acuno.
Ese movimiento de atrás a delante me calma, empiezo a tararear una musiquilla.
Todo irá bien. Haré que todo vaya bien.
Y con un suspiro de resignación, deshago el abrazo y me levanto.
Salgo de la bañera y me encuentro encima del lavabo ropa limpia.
Unos simples vaqueros de hombre y una camiseta.
Me quedo mirando la ropa pensando cómo ha entrado sin darme cuenta, y lo peor, seguramente me ha visto desnuda.
Una opresión de vulnerabilidad me acosa.
Estoy con los nervios a flor de piel.
Por ahora no ha mostrado signos de violencia conmigo.
Pero no me descuidaré hasta llegar a algún sitio.
Me pongo mis braguitas y la ropa.
Los pantalones algo incómodos pero no puedo elegir, la camiseta es de chica. Alguna se la dejaría. No me importa, entre la ducha y la ropa me siento mejor.
Mi ropa solo sirve para tirarla, quemarla mejor.
Con solo mirarla me siento mal.
Me calzo mis zapatillas y ya estoy lista.
Salgo y lo veo de pie con su móvil en la mano.
Levanta la cabeza y me mira.
No me dice nada.
Nos vamos. Dice secamente.
Yo ya no digo nada, quiero irme también.
Salimos afuera y tiro mi ropa en un cubo grande que está a un lado de la casa con desperdicios.
Me dirijo a la moto, me pongo el casco que me tiende, él se pone el suyo y arranca la moto.
Yo subo y me agarro directamente a él.
No veo la mochila, supongo que le ha cabido en el portamaletas de esta.
Por fin nos ponemos en marcha y salimos al asfalto agujereado.
Va concentrado en eso, lo noto por la tensión de él.
Al cabo de un rato de desandar lo andado, salimos a la carretera principal y allí si que acelera de lo lindo.
Nunca me han gustado las motos y la velocidad de estas, así que, cierro los ojos y me dejo llevar.
Mi cuerpo se va inclinando al son del suyo, siento el ruido del motor, de los acelerones y los cambios de marcha.
Por fin.
Empiezo a confiar en el piloto y miro por encima de él.
La tira de asfalto es devorada por la máquina.
Metro a metro, kilómetro a kilómetro.
No sé adónde me lleva.
Vine de noche y mi percepción de la distancia no es la misma.
Y después de lo sucedido, incluso parece que fue hace mucho tiempo.
Llegamos a una curva a la izquierda muy cerrada.
Él frena antes de entrar, noto los cambios de marcha para reducir la p potencia del motor y...
Mis ojos se abren de par en par.
Él frena casi en seco, la moto cuela por detrás y siento el tirón.
Pero no nos caemos.
Estamos ante un tramo largo y recto, pero lo que nos alucina es que hay sangre por toda la carretera.
¡Imposible!
No hay sangre suficiente para kilómetros y kilómetros...
Él se quita el casco, frunce el ceño y entorna los ojos.
Por lo menos no soy la única con esta visión, que es una alucinación increible.
¿Qué mierda es ésta?
Es solo lo que dice.
Agarrate bien fuerte.
Se vuelve a poner el casco y pone de nuevo la moto en marcha.
En ese momento me doy cuenta que no nos hemos cruzado con ningún vehiculo, de ninguna clase.
¡Con nadie!
Al final la rueda delantera pisa las primeras manchas de sangre o lo que sea eso rojo.
Y él empieza a acelerar casi a una velocidad que me marea.
Siento un pitido en mi cabeza y, poco a poco, siento que pierdo el conocimiento. Intento agarrarme fuerte pero al final todo se vuelve oscuro.

La luz en el camino
se vuelve oscuridad.
La vida se hace muerte.

Despierto, no sé que ha pasado.
Me encuentro tumbada en un prado.
Lo último que recuerdo es que iba en una moto con un hombre sin nombre y a toda velocidad en una carretera de sangre.
Ya no llevo el casco, me incorporo un poco.
No me duele nada, estoy confusa.
Conozco este sitio.
Miro a mi alrededor y veo con horror que estoy en la vereda de Los Cipreses otra vez.
Me levanto y cuando me veo las manos, las vuelvo a llevar llenas de sangre.
El viento me sacude con fuerza.
Y caigo de rodillas.
Ellos, los cipreses, se han convertido en mudos jueces y verdugos. No me dejaran ir.
Ahora lo sé.

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