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miércoles, 12 de julio de 2017

La Paloma.

Y el amor se poso en su ventana en forma de paloma.
Su gorgoteo gutural, y sus ojos como perlas negras la cautivo desde el primer momento.
Sus plumas niveas, brillante como nieve recién caída, le daba una textura aterciopelada.
Ella se acerco y la paloma no huyó, con su arrullo la animaba a acariciarla.
Ella alargo su mano y sintió la seda de su plumaje, el hechizo de su canto y las chispitas de sus ojos.
La cogió, delicadamente entre sus manos, notando el liviano cuerpo y el latido rápido de su pequeño corazón.
La paloma no hizo nada para soltarse, se quedó allí, acomodada, confiada.
Esos ojitos solo la miraban, le preguntaban por su soledad.
Ella empezó a llorar por ese amor que no llegaba, que la vida le negaba tan obstinadamente.
Se sentó en su mercedora junto a la ventana, puso la paloma en su regazo y la acariciaba sin descanso.
En algún momento se quedó dormida, y al despertar el ave ya no estaba.
Se quedó pensativa, ¿cómo un animal puede ser tan dócil y amar así, a una desconocida?
Ni tan siquiera, un ser humano es tan sensible y tan dispuesto a amar desinteresadamente.
Y se quedó allí, en su mecedora, viendo el atardecer, luego las estrellas y al amanecer, supo que el amor no se desea, el amor no se busca, el amor solo va a uno si se es capaz de abrir el corazón al extraño.
Ser paloma suave y dulce.

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