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miércoles, 26 de julio de 2017

Los Cipreses. Tercera parte.


Me llevas, si quieres.
Era lo peor, la suplica.
Allí, a merced de ese hombre.
Pues levanta que hay un buen trecho. Pero antes te lavas las manos, bien lavadas. No quiero que me ensucies con esa sangre. No se que ha pasado ni me importa.
Solo te llevaré a algún sitio donde te puedas valer por ti misma, luego te quedas sola.
Asiento con la cabeza .
No me llega el aliento para nada más.
Bebo más agua y con el resto me lavo las manos.
Poco a poco, el rojizo oscuro da paso al color de mi piel.
Solo quedan rastros en mis uñas, no puedo hacer más.
Ya estoy.
Muy bien.
Estaba lánguidamente sentado en su moto, mirándome.
Sentía esa verde mirada.
No quería ni mirarlo. Esa mirada guasona, de control ya la conocía sobradamente.
Intente peinar con mis dedos el pelo enmarañado.
Vaya tontería, pero es algo automático en mí cuando estoy delante de un hombre.
Era un libro abierto. Mi mirada, mis gestos denotaban mi miedo, mi angustia y él parecía disfrutarlo.
Se sentó a horcajadas en su moto y la arrancó.
Un humo blanco salió por el tubo de escape, dió un par de acelerones y sin mirarme me invitó a subir.
Yo lo hice con cuidado de no rozarme con él.
Puse mis pies en ambos estribos, sentía el portaequipaje en mi espalda e intentaba que mis pechos no rozaran su espalda.
Aceleró para empezar a mover la moto, como si yo no estuviera detrás suyo, y sin tener otra opción, tuve que agarrarme a él.
Tenía los ojos medio abiertos y veía pasar los cipreses poco a poco.
El ruido del motor era lo único que sentía mis oídos.
Por unos momentos me relajé, tal vez tendría una oportunidad de dejar ésta pesadilla atrás y seguir con mi vida.
Sentía los músculos tensos de él a través de su ropa, de su chaqueta de cuero negra.
En otro momento, no me hubiese importado coquetear con este motero, pero ahora sólo deseaba estar tranquila.
Mis manos planas estaban tensas en su pecho, notaba su corazón tranquilo y firme.
Mi cuerpo se movía al compás de las sacudidas de la moto y de las piedras del camino.
Después de unos minutos, la vereda enlazó un camino con un viejo asfaltado, con enormes agujeros que él sorteaba con pericia .
Poco a poco nos adentrabamos más en la montaña y en el bosque, subiamos casi sin darnos cuenta.
Yo seguía en mi media consciencia, dejándome llevar. Total, no tenía a dónde ir ni sabía dónde estaba ni cómo salir de allí.
Tendría que confiar otra vez...
Casi sin darme cuenta, abandono esa pequeña carretera y se internó en otro camino, y al cabo de unos metros paró delante de una pequeña casa rural.
Apagó el motor.
Baja, he de recoger unas cosas.
Yo al instante estaba de pie en la tierra, él se bajó y andó hacía la puerta.
Entró y estuvo unos minutos.
Salió con una mochila, bastante pesada.
No pasó de la puerta. La sujetaba con una mano y me miraba.
Yo no sabía cuál iba a ser su reacción, también me lo quedé mirando.
Pasaron unos segundos, eternos segundos.
Será mejor que te des una ducha y te arregles como puedas, vas echa una porquería. Si te llevo a algún sitio así como vas, nos pueden hacer preguntas que no estoy dispuesto a contestar.
Vi razonable su propuesta.
No me había visto, pero me lo imaginaba.
Él se volvió hacia adentro dejando la puerta abierta como una  muda invitación de que entrara.
Eso hice.
La penumbra hizo que me quedase parada en la entrada hasta que pude ver algo. Todas las ventanas estaban cerradas, no entraba casi ninguna luz, solo la de la puerta abierta.
Vi que se había acomodado en un viejo sofá, apenas unos muebles gastados, los justos.
El baño está al fondo y no tardes.
Mi corazón volvió a latir por la fuerza de la ansiedad, mis pies no acertaban moverse de donde estaba.
¿Dónde me meto?
Y esos malditos ojos verdes...

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