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martes, 20 de junio de 2017

Tic, tac, tic, tac... Cuarta parte y final.

Ella aferró el reloj con sus dos manos, implorando que se detuviera...

Cuenta la leyenda familiar que el reloj poseía unas cualidades que se transmitían a los poseedores del reloj.
Su madre no se lo pudo decir porque falleció cuando era muy pequeña, y su padre apenas sabía algo.
El resto de los familiares, le dijeron ambigüedades.
Todo esto lo recordó mientras estaba aturdida en la alfombra donde había caído desmayada.
Todo lo que veía, todo lo que sentía, sucedía, si o si.
Empezó a sollozar, no era posible.
Lo había encontrado para serle arrebatado.
No supo las horas en la que estuvo allí, tendida, boca arriba, rompiéndose la cabeza de tanto pensar y los ojos de tanto llorar.
Poco a poco se levantó.
Fue al baño a echarse agua.
Javier no podía verla así.
Otra vez la losa en su corazón.
¿Cómo haría para poder soportarlo?
¿Qué podría hacer?
Buscó en su bolso su pequeña agenda de papel.
No todos los números los tenía en su móvil.
Y empezó a llamar a sus familiares.
Preguntó e insistió.
Nada.
Ya se hizo tarde y Javier llegó.
Elisa intentó parecer lo más normal posible.
Una semana, tal vez dos.
Desde aquella noche apenas podía dormir.
Contactó con una tía de su madre, en el pueblo de donde venía su familia.
Habló con ella mucho.
Solo pudo sacar en conclusión que las que tienen el Don, pueden influir en el Destino a través del reloj.
No le supo decir como, solo lo que la leyenda familiar decía.
Nunca antes se había hecho. Nunca.
No se sabía cuales podían ser las consecuencias.
A partir de ese momento, Elisa, se pasaba horas mirando el reloj, minuciosamente.
Intento quitar la tapa exterior y comprobó atónita, que no había mecanismo.
¿Cómo es posible que funcionara sin mecanismo?
Día y noche, se convirtió en su obsesión.
Javier notó el cambio en ella.
La pillaba mirándolo fijamente.
Cuando no dormía en la cama, la veía sentada en el sillón, mirándolo con cara muy triste.
Lo abrazaba mucho y muy largamente, como si fuera, tal vez, el último abrazo.
Empezaba a preocuparse y debería hablar con ella.
Cada día que pasaba era un mazazo en su corazón, el reloj sonaba igual que él. Tic, tac, tic, tac...
Presa de angustia, ella aferró el reloj con sus dos manos, implorando que se detuviera...
Pero veía que el segundero seguía su inexorable camino circular.
¡Por favor, por favor, parate...!
¡No me lo quites! ¡No te lo lleves!
Nada sucedía.
Esa noche tuvo un sueño.
Era todo oscuridad y una voz empezó a hablarle.
¿Quieres engañar al Destino?
¿Quieres que viva?
Derrama tu sangre, baña el reloj con ella hasta morir...
Así murió tu madre por ti.
La angustia se le atragantó en la garganta.
Así que si alguien con el Don lo había hecho, su madre no estaba enferma de cáncer, era ella misma.
Ella supo de su propia muerte.
Se despertó y huyó a la terraza.
Supo que no tenía vuelta atrás.
Tres días después, le abrazó como cada mañana.
Ella estaba distinta, radiante, feliz, hablaba por los codos.
Le decía lo mucho que lo quería, lo importante que era para ella.
Y él se alegró de verla como siempre.
Se dieron un largo beso, cálido, amoroso, sin prisas, notando ese bello amor en los dos.
Elisa fue con él hasta la puerta, y allí lo despidió.
Hasta luego, mi amor.
Hasta luego, vida.
Un último beso y cerró la puerta.
Ella se vistió, cogió su bolso, y en un maletin puso el reloj.
Salió y se fue a su casa.
Sabía que era hoy, Javier se iría si no hacía algo.
Sabía que sin él su vida ya no tendría sentido.
Abrió la puerta conocida de su casa, dejó el reloj en el suelo del salón.
Ella se sentó delante de él y lo miro.
Y de pronto lo comprendió.
El reloj funcionaba con su corazón.


Rojos diamantes en cascada
cayeron sobre el oro del tiempo.
Ella se perdió y él se encontró.
La Eternidad dio un
Don a aquellas que más amó.
Frío suelo la acogió,
y el reloj callo cuando
su corazón quebró.
Roto el Destino huyó,
y no volvió hasta que
la Muerte se lo pidió.


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