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viernes, 20 de noviembre de 2020

Muero cada día


Estás en todos los rostros 
y en ninguno. 
Estás en ellos 
y en nadie.
Estás en mí 
y fuera de mi nada. 

Iluminas mi camino 
con amaneceres encarnados. 
Recoges las estrellas tardías 
sembrando más incertidumbres 
que certezas. 
Ay, muero en mis dudas. 
Ay, muero en mis locuras. 

Muero en ese brillo de tu piel, 
alimentando mi alma, 
quemando mis pestañas. 
Soy una historia de papel, 
con principio y sin final. 
Tú eres mi prisión, 
mis rejas y ese trocito de cielo 
que me dejas ver. 

En tu silencio, vivo y sobrevivo. 
Besos agotados por mi avidez. 
Me calmo con el desierto de mis días y 
las lágrimas de mis noches. 
Con palabras, con entrañas, 
con odios, con te quieros, 
con misterios, con madrugadas, 
con emoción, con alegría, 
con colores, con fantasías, 
con olores, con olvidos, 
con presencias, con ausencias. 

Me cubres con amor. 
Y me encumbres con dolor. 
Soy esa que con manos llenas 
vive de las miserias de tus sentimientos. 
La que sueña de literatura 
con alguien que solo existe 
en mi fondo de mis letras. 
La que gime, 
con su cabeza en la almohada, 
de placeres solitarios. 
Me muestras el mundo y 
el oscuro cementerio de la soledad. 

Eres tú, 
y siempre serás tú. 
El inefable amor imposible 
de mi posible vida. 
Aquel con el que sueño y 
me desvelo porque ya no hay realidad 
que te haga verdadero. 
Muero mil veces y 
mil veces me rehago. 
Corazón cansado, corazón hastiado, 
corazón dolorido, corazón equivocado. 

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