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martes, 20 de marzo de 2012

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Hoy quiero decirte unas palabras. Unas palabras que son caricias desde el fondo de mi alma.
Te he estado buscando mucho tiempo.
Con la manos abiertas, orando, imploro a la vida volver a ti.
Deseo volver a ti cada día, igual que el sol vuelve cada amanecer a llenar de vida este mundo.
A quitar la oscuridad que entorpece los sentidos y hace que no se vea con claridad.
Mis manos acumulan los recuerdos vividos juntos.
Ver tu perfil de nuevo, ver tus ojos, tu mirada, tus labios, tu sonrisa, tu ladear de cabeza melancólico.
Abrazarte por la espalda y sentir tu esencia y proximidad.
Cerrar los ojos y notar la calidez de tu piel a través de la ropa que llevas.
El viento de la primavera trae nueva vida y yo siento que me ha traído la muerte de tu lejanía.
Cosas tristes, caídas como las ultimas hojas que caen antes de que broten verdes y vigorosas las nuevas que son una promesa.
Alegría y pesar...
Mis dedos quieren enredarse en tu corazón, que tiemblan ansiosamente porque te busca y no te encuentra.
Destino implacable y despiadado, apelo con estas manos vacías para que las vuelvas a llenar de nuevo, dame nuevos paisajes de amor y ternura.
Dame atardeceres dorados en los cuales mirar a mi lado a mi amado.
Mira estas manos vacías que ya no están llenas de las suyas, del roce de sus dedos ni de sus palmas.
Soy pobre en esperanza, una mendiga de cariño y de ternura, todo él anunciaba esa primavera ansiada de mi vida.
Con él todo, risas de niños, piar de pájaros, cielos maravillosos, sueños que estaban en las yemas de mis dedos... rozándolos.
Destino implacable y despiadado, me has dejado a las puertas, sin linderos y sin bardas, de la felicidad.
Vuelvo a ti convertido, desde el hondo de mi humanidad, a fraguar de nuevo una armadura cincelada de tristísimas suplicas y recuerdos.
Pero quien sabe si algún día, Destino implacable y despiadado, consiga mi hacienda bien merecida.
Esa armadura, estará

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