jueves, 13 de septiembre de 2018
Fernando y María.
Ambos nos levantamos de la mesa entre sonoras carcajadas.
Casi todos los de la cafetería nos observaron como salíamos por la puerta.
La verdad no me importaba nada. No me lo podía ni creer.
Había pensado solo en pasar una tranquila mañana, y mira, ligando. Mis ojos reían, mi cara reía, todo en mí brillaba.
Me sentía estupendamente y no quería que acabase. Flotaba en una nube.
Fernando era muy atractivo, simpático y me hacía reír.
¡Dios! ¡Lo quiero para mí!
Bueno, ¿a dónde vamos?, preguntó nada más pisar la acera.
Conozco un sitio muy especial para mí. Le digo toda sonriente.
Me gustan los sitios especiales.
Se lo digo y él me dice que lo conoce y sabe ir.
Pero no tengo mi coche aquí, he venido en bus.
Yo vivo cerca y tengo una moto aparcada aquí mismo. ¿Qué te parece?
Nos quedamos mirándonos unos momentos sin saber que decidir.
Así que echamos a andar, yo lo hago ligeramente atrás ya que es él que guía.
A pocas calles, en un parking de motos, llegamos a una Honda azul súper grande.
¡Lo malo, y no se lo digo, es que me dan miedo las motos!
Mientras me debato entre decírselo y callarme, lo veo afanado sacando un casco del portaequipajes grande de atrás, que me lo pasa, y desenganchando el otro de la cadena.
Al final opto por dejarme llevar y guardo silencio ofreciendo mi mejor sonrisa.
¡Confío!
Él se monta en la moto y arranca suavemente, mientras me mira.
Y alza las cejas, mira el casco que aun está en mis manos.
Yo al final caigo y me lo pongo, pero patosa de mí, no atino a abrochármelo.
Él me hace un gesto con las manos para que me acerque él.
Me ruborizo.
Menos mal que no lo nota y siento sus manos en mi cuello trasteando el pequeño cinto que se cierra con un clic.
Ya estamos preparados para montarme.
Siempre he tenido problemas con que pierna he de poner en el pequeño cabestrillo para pasar la otra, después de dudar unos instantes, apoyo un pie, elevo la otra pierna, pasandola casi a trancas y barrancas.
Él suelta una risita viendo mis afanes, mientras sujeta firmemente la máquina de dos ruedas y afianza bien los pies para un mejor equilibrio.
Por fin caigo en el asiento de atrás, y encuentro la pose adecuada. Cuando nota que ya he dejado de moverme como una culebra fuera del agua, inicia la maniobra de salir del parking.
Menos mal que hoy me he puesto pantalones. ¡Un dechado de casualidades!
Gira y empieza a acelerar, noto que me aplasto un poco contra el portaequipajes y me dejo llevar.
No se si agarrarme a su cintura y en una pequeña curva lo hago. Que agradable… Cierro los ojos y soy todas sensaciones.
La opresión del casco, el único sonido que oígo es el motor, ver su espalda y su casco azul como la moto con líneas relampagueantes en rojo, los músculos que se mueven a través de su camisa, su perfume, y siento que algo en mi pecho empieza a brotar.
Ese calor que se derrama y hace que mis ojos se inunden de lágrimas, ¿me estoy enamorando? ¿Es posible?
Nunca me he enamorado a primera vista. Creía que eso no existía, sobre todo para mí, que soy muy lógica, practica y algo fría.
Cierro los ojos y siento un éxtasis, una dejadez que me lleva a flotar.
Al final, apoyo la cabeza en su espalda y lo siento a él.
No sé cuánto tiempo estuve así, notaba como su vigoroso cuerpo giraba en las curvas, sus piernas se estiraban y se encogían al ritmo de los frenazos y acelerones o en los semáforos.
Hacia mucho tiempo que no sentía esa sensación de hombría en mi cuerpo, de poderosos músculos y de aftersave.
Mi corazón latía arrítmicamente y una extraña calor se expandía en mi pecho y en mi cabeza, una niebla de sensaciones me inundaba.
No sé cuánto tiempo hacia, que no me sentía así junto a un hombre, y en ese momento supe que había pasado muchos años echando de menos esto que siento.
Soy una mujer y también siento impulsos, porque así soy. Es mi naturaleza femenina.
Oí una risilla y desperté de mi letargo.
Era él. Estábamos parados y yo seguía sumergida en mi ensoñación placentera agarrada fuertemente a su cuerpo.
Menos mal que llevaba el casco, creo que por poco mis poros de la cara no echaban sangre de lo roja que estaba.
Con él es un continuo rubor.
Con pereza dije un: ¿Ya hemos llegado?
Y él asintió.
Maldita sea… si lo sé, le hubiera dicho de ir al otro lado de la isla.
Ya con la lección ya aprendida, la bajada de la moto es más elegante y no tan patosa.
Y como deseo notar el calor de sus manos, me acerco a que me desabroche el clip de seguridad del casco.
Noto como roza mi piel y mi pelo, pero no me muevo ni un centímetro.
Nuestros ojos se quedan enganchados y no hay palabras por el medio.
Me quito el casco y el aire fresco seca mi piel sudorosa de la cara. ¡Que asfixia!
El asegura la moto, pasa una pierna y se queda sentado en ella mirándome divertido.
Yo rio con ganas, y digo algo, no me acuerdo que era.
Solo recuerdo una mano fuerte que me rodea la cintura y me atrae hacia él súbitamente, con fuerza. Nuestros labios se pegan bruscamente buscando ese beso deseado.
Noto su fiereza, su pasión, su desbordamiento casi mordiéndome los labios. Su lengua busca mi interior húmedo sin tregua, sin dejarme respirar. Sus manos me aprietan en la cintura y en la nuca para que no me escape. Yo solo siento.
No hay palabras ni mundo.
Solo Fernando y María.
Hago un esfuerzo por no dejar caer, en esos minutos eternos, el casco que agarro laxamente con unos dedos temblorosos.
Toda yo estoy temblando. Y casi al borde del desmayo, él se aparta dejándome respirar.
Un beso de película…
Y yo soy la protagonista, por una vez.
No sé qué cara pongo, su mano grande y masculina me acaricia la mejilla y yo solo lo miro intensamente.
No soy de piedra, le digo intentando ser guasona y parecer normal con una voz no normal.
Lo veo serio, sentado en la moto y yo de pie.
Le entrego el casco y él lo coge sin moverse nada.
No hablamos y seguimos mirandonos.
Siento mi cara como una amapola, ya me incomoda mirarlo y que me mire.
Bueno, ¿y ahora qué?
Supongo que pasear.
El paseo va junto al mar, con mucha gente caminando, patinando, en bici, solas o acompañadas. Hace sol y un poco de calor, y la brisa del mar ayuda a mitigar el poco calor que el sol da en esta época del año.
El paseo se pierde tanto a la derecha como a la izquierda, cientos de metros en varios kilómetros, y el sitio favorito mío es una rosa de los vientos adornadas con mosaicos en su base, escalones con los nombres de los vientos en tres idiomas y un pináculo coronado con un ave migratoria.
Aquí he venido con personas especiales en situaciones especiales, y esta es una de ellas. Ahora me parecía un sitio maravilloso junto a él.
¿Vamos? Le digo.
Nos ponemos en marcha y sin decir nada me coge de la mano.
Un gesto sencillo pero para mí hace que mi corazón de un vuelco.
Lo miro y lo veo grave, con la mirada hacia delante y caminando seguro.
Me estrujo el cerebro intentando pensar que es lo que siente, aunque mi sexto sentido de mujer lo sabe y me perturba.
No puede ser, si no nos conocemos de hace nada. Esto no puede estar pasando. No me conoce. No me merezco tener a un hombre así. Hay muchas mujeres mejores que yo que él podría elegir. Todo esto se acabará y solo tendré un bello recuerdo para los días grises de mi vida.
Esto y mucho más rondaban constantemente en mi cabeza. Llegamos y nos sentamos en uno de los escalones con el monumento a nuestras espaldas y mirando el mar. No me miraba y yo estaba cada vez hecha un flan.
Al final me puse a mirar el paisaje. Las rocas de delante definían la pequeña costa donde empezaba un infinito mar Mediterráneo hasta el horizonte.
Alguna gaviota cruzaba por delante a muchos metros rompiendo la serenidad de la bella estampa.
Un velero navegaba mar adentro, con sus velas desplegadas y el buque fondeado allá como siempre.
Me gustas. Eso dijo.
Mi respiración se detuvo un segundo y yo me descompuse por dentro.
No me conoces de nada.
Tal vez si y tal vez no. Llevo algún tiempo viéndote en la cafetería, soy un cliente asiduo allí. No sé que me hizo fijarme en ti. Una mujer como tú, tan sola y con personalidad. A veces alegre y otras triste. Hemos coincidido y otras no. La verdad, no sabía cómo entrarte. Y esta mañana, en la cola, los dos… tuve el presentimiento que era hoy o nunca. Cuando has pedido la magdalena de chocolate y era la única, he visto la oportunidad de que te fijaras en mi y así poder hablarte, de romper mi silencio.
Cada una de sus palabras se iba grabando a fuego en mi alma.
Ya no pensaba en nada.
Me sentía exhausta y mareaba. Muchos sentimientos se agolpaban y me dejaban muda, en todos los sentidos.
Mi vida era un desastre, y solo pensaba que podía ofrecer a un hombre como él.
Me sentía desvalida ante la magnitud de sus sentimientos.
Al final, mis lagrimas empezaron a brotar, silenciosamente, húmedas y muy calientes rodaban sin barreras por mi cara.
Era sacar todo ese peso que había anidado en mi pecho y tenía que salir. Mis miedos de conocer a alguien, de soñar tantas veces con estar con un hombre y compartir la vida, tener la posibilidad de tener un futuro…
¿Qué puedo decirte? Mi vida es un desastre.
La mía tampoco es el paraíso, pero pienso que dos personas pueden hacer camino y las cosas son más llevaderas entre dos. Nada es facil, pero tampoco es imposible si se quiere intentar.
Temor e ilusión estaban a partes iguales en mi mente.
La pelota estaba en mi tejado y yo tenía la oportunidad de ser feliz o de arrepentirme.
Al final, suspiré, entrelacé mis dedos con los suyos.
Solo te pido una cosa, ¡hasta que no me invites a una magdalena de chocolate no te digo que sí!
Y nos echamos a reír.
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