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domingo, 28 de mayo de 2017

El bar.

Empezó a ponerlo todo a punto.
Las hojas de papel en blanco, el boli azul, un vaso, el agua fresca.
Se sentía nervioso.
Hacia poco que había sacado su último libro y ya sentía la comezón de empezar otro.
Unas cuantas ideas en mente le perturbaba, in extremis.
Había que vaciarse, volcar esas ideas.
Hoy prescindiría del ordenador.
A lo clásico...

Estaba solo en casa.
La esposa se había ido a trabajar y tendría horas tranquilas por delante.
Su mesa estaba delante de un gran ventanal, veía a la gente pasar y el ir y venir del tráfico rodado.
Bien, móvil apagado, todo en orden.
Se sentó, inspiró y cogió el bolígrafo.
Este tembló mientras lo acomodaba entre sus dedos.
Cuantos recuerdos! Ahora apenas lo usaba entre tanta tecnología.
Se deleitó mirándolo durante unos minutos, el clásico Bic, nada de imitaciones.
-Jajaja...
Su risa sonó fuerte y alegre. Nunca le gustó las imitaciones, ni tan siquiera él era una imitación. Era él. Un escritor que quería ser famoso. Y lo lograría.
Apartó la risa y los pensamientos de gloria, y se volvió a concentrarse.
Apoyó el bolígrafo en el papel y...
Nada.
Por un momento, la sorpresa lo invadió.
La estupefacción la siguió.
Sintió miedo, nauseas y algo de mareos.
La sudor de la adrenalina le empapó casi en seguida.
-¿Qué pasa?
Frunció el ceño, soltó el boli y se levantó tirando la silla.
Y se quedó mirando esos objetos inertes en la mesa.
-Va, tonterías. Son los nervios.
Se volvió a sentar, bebió agua y agarró, nuevamente, el boli.
Todo bien, las ideas revoloteaban como cuervos graznando en círculos desesperados por salir de su mente. 
¡Tenía hasta el título!
Por segunda vez, la punta de tinta rozó el papel y, al instante, volvió la sensación.
Volaron papeles, bolígrafo y todas las cosas de la mesa.
Cogió su portátil, y con un portazo se fue al bar.

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