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lunes, 28 de agosto de 2017

Busco tu nombre, y es Dios.

Busco tu nombre en los susurros.
Letra a letra, hace mi camino hacia ti.
Senderos crujientes de aire,
que revolotean en las discolas hojas
que esconden las adivinanzas de tus palabras.

Busco tu nombre en un árbol.
Grieta a grieta, de sus cicatrices leo con mis yemas.
Ciega de tu alma, acaricio las rugosidades de ese cuerpo troncoso, surcado de ríos del tiempo.

Paseo mi inconsciencia por las
lindes de ese paisaje interior.
Y me dejo sorprender porque
te busco y no te hallo.
Todo es quietud, todo se calma,
hasta el último pensamiento.
Te he echado de menos
hasta en mi respirar.

Tal vez no sepa el verdadero camino.
Tal vez me hallo confusa.
Tal vez todo esto sea solo un sueño.
Tal vez ni tú existas ni yo viva.
Que más da... es vivir, es andar
por esta realidad pintada de reflejos.

Me gustaría saber si tanto
esfuerzo merece la pena.
Si este sentir tiene sentido,
y si el morir libera.
Tanto cuesta llorar como reír,
odiar como amar, llamarte o callarme.

Eres el ese ser invisible
que me amó la primera vez,
sin nacer, en el vientre de tu pensamiento.
Y luego me abandonaste en este
sin sentido llamado Vida.

Tus planes me son borrosos todavía,
y mis pies se confunden en las
encrucijadas de la existencia.
Amo y no soy amada.
Soy deseada y me siento vacía.
Sólo tú llenabas, sólo tú calmabas.
Sólo tú hiciste el Fuego Que No Quema
en mi corazón.

Háblame de nuevo,
ámame de nuevo,
oh mi Dios.


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