Páginas

lunes, 21 de agosto de 2017

Piel Virgen.


Recuerdo el sonido de la pluma por su piel.
Una piel virgen, recién estrenada en mi mirada, en mis manos.
Quise darle la sensualidad del amor que nos colmaba.
Ese es mi primer recuerdo ahora, cuando ya todos se enteraron de que salíamos, que ya no había que ocultarse,  de verse a las tantas de la noche y en callejones oscuros donde dar rienda suelta a ese amor, a esa pasión que creció en una explosión en nuestros pensamientos, en nuestras almas, en nuestros sexos.
Recuerde ese destello de placer anticipado cuando le dije, te amaré, te daré placer...
Se tumbó boca abajo, dandome su hermosa espalda de hombre, esos contornos masculinos que me volvían loca.
Le dije al oído, confía, relajate y disfruta.
Y empecé.
Al instante se arqueaba ante ese minúsculo roce de esa pluma que deslizaba por su geografía.
Se estremecia, como si mil corrientes eléctricas, le corriesen sin cesar.
Se mordia los labios, fuertemente por temor a gritar, a ser escuchado.
Bien fuerte los ojos cerrados para concentrar sus sentidos en su piel.
Sus manos se cerraban en la almohada, a punto de destrozarla por la intensidad acometida de sus terminaciones nerviosas exacerbadas, veía sus nudillos blancos, sus músculos tensos y sudorosos.
Los hombres también sienten, también necesitan de esas caricias que impregna el alma.
Su sexo estaba ya duro y palpitante pero aún así yo seguía.
Estaba deseosa de esa unión.
Él en mí y yo en él.
Ya llegaría.
Ahora solo me deleitaba ver como se deslizaba el borde de esa pluma por su piel, ver sus reacciones y besarle suavemente.
Hacer que mi aliento le calase hondo, como una penetración tántrica.
No quise dejarme ni un solo centímetro.
Me había contado que ninguna mujer le había acariciado así.
Y le di su primera vez.
Eso me satisfacía enormemente.
Compartir contigo la virginidad de una piel que nunca había sido amada, de unas sensaciones nunca vividas.
Me sentía la maestra y él el aprendiz.
Me ponía casi encima para que sintiera mis pechos, mi calor, mientras mis labios y mi lengua buscaba sus zonas erógenas en el amplísimo continente sin descubrir, despreciada.
Le deseaba más que nunca.
Nada de besos, nada de sexo.
Solo yo, descubridora de nuevas tierras en mi particular barco.
Surcando un mar salvaje y electrizante.
Y conquistándole hasta el tuétano, hasta la médula.
Célula a célula.
Ya no pude más, mi mente solo estaba llena del instinto de posesión.
Le dije: "Date la vuelta".
Vi en sus ojos expectantes, la proximidad del placer completo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario